Opinión

Un continente polarizado

Por: Martín Valdivia Rodríguez

El fenómeno de la polarización política no solo se da en el Perú, sino en casi toda Latinoamérica. Lo acaba de confirmar el ajustado triunfo de José Inácio Lula da Silva con 50.9% sobre Jair Bolsonaro, que obtuvo 49.1%, lo que significa una diferencia de 0.80% y estadísticamente puede ser considerado un empate técnico. Es decir, la mitad de la población respalda al presidente electo, de izquierda, mientras que la otra mitad al mandatario saliente, quien es de derecha.

Una situación muy parecida ocurrió en la segunda vuelta celebrada en junio del 2021 en Perú, cuando Pedro Castillo le ganó con 50.13% a Keiko Fujimori, que obtuvo 49.87%, estableciéndose una diferencia de 0.26%, es decir, menor que la que se dio en Brasil. La diferencia es que en Brasil, en la primera vuelta, Lula y Bolsonaro obtuvieron votos mayoritarios, mientras que, en el Perú, Castillo sacó apenas 18.92% y Keiko, 13.41%, lo que demuestra una evidente atomización de las preferencias electorales y un escaso respaldo a los que lograron los primeros puestos en nuestro país.

Lo que sí se puede percibir como una afinidad tras las elecciones en Perú y Brasil, es que el caudal de votos de los ganadores estuvo directamente relacionado con el rechazo al contendor, que en este caso serían Keiko Fujimori y Jair Bolsonaro, respectivamente.

Como consecuencia de este escaso respaldo, que va en consonancia con el número de escaños conseguidos en el Congreso, tanto el gobierno de Castillo como el de Lula ostentan una minoría legislativa que, definitivamente, complica sus gestiones. Ya lo estamos viendo en Perú, donde la gestión pública y la política corren por vías casi siempre irreconciliables. De tal manera que muchas veces no se puede distinguir con claridad si una acción puede ser calificada como fiscalización u obstrucción, ya sea de la oposición o el oficialismo, pues últimamente se han dado votaciones muy extrañas donde son evidentes las sospechas de lobby o autosabotaje producto de acuerdos bajo la mesa por intereses personales o de grupo.

Este clima de crispación e inestabilidad política le hace mucho daño al país. Da la impresión de que un bando solo está esperando que el rival cometa el más leve error para írsele encima y en este plan el país sigue estacado, no avanza. Ello no significa, claro está, que se tenga que dar carta libre a la corrupción. Hay que fiscalizar, sí, pero no solamente obstruir. Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.

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