Opinión

La dañina inestabilidad política

Por: Martín Valdivia Rodríguez

Dicen que después de la tormenta, viene la calma. El refrán puede haber tenido su origen en “La tempestad calmada”, uno de los milagros de Jesús narrado por Mateo, Marcos y Lucas. Según los Evangelios, un anochecer Jesús y sus discípulos cruzaban el mar de Galilea en una barca y de pronto se desató una gran tormenta. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal y sus discípulos lo despertaron para alertarlo. Después de unos minutos, las bravas olas habían dado paso a un remanso.

En el agitado mundo de la política también suelen ocurrir ventiscas, remolinos y tormentas. Pero a veces, como está ocurriendo ahora, justo cuando estamos saliendo de tiempos borrascosos, nuevamente arrecia una tempestad que amenaza con echar a perder todo lo avanzado.

Las violentas protestas de fines del 2022 e inicios del 2023 le hicieron mucho daño a nuestro país, pues causaron el cierre de empresas y trajeron desempleo y más pobreza. Hace exactamente un año, cuando aún no salíamos de la pandemia del covid, vino el ciclón Yacu y se complicó la situación. Pese a todo, seguimos nadando contra la corriente. Y ahora que tenemos grandes posibilidades de encontrar el rumbo, nos amenaza nuevamente el virus de la inestabilidad política por culpa de un reloj de pulsera.

El Banco Mundial acaba de informar que este año puede empezar la reactivación económica en el Perú. El turismo está resurgiendo, cada vez llegan más extranjeros ansiosos por conocer nuestra riqueza histórica y disfrutar de nuestra comida. Están en camino grandes obras, como la ampliación del aeropuerto Jorge Chávez y el megapuerto de Chancay, que, además de su potencial económico, mejorarán nuestra imagen como país atractivo para las inversiones.

Curiosamente, el tumulto se viene a armar cuando se está pidiendo investigar con mayor profundidad, imparcialidad y celeridad a Martín Vizcarra y que se aceleren los procesos contra Alejandro Toledo, Pedro Pablo Kuczynski, Susana Villarán y Ollanta Humala, entre personajes involucrados en sonados casos de corrupción.

La atención de los medios ha dirigido sus reflectores hacia un reloj y la situación hace recordar un pasaje de la historia universal que tuvo como protagonista a María Antonieta en la Francia medieval. Corría el año 1785 y acusaron a la reina de no haber pagado un costosísimo collar de diamantes. En realidad, ella había rechazado la idea de comprarlo, pero su firma fue falsificada por una estafadora. Al final se descubrió que la reina era inocente, pero el daño ya estaba hecho. Ojalá que eso no se registre en nuestro país. Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.

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