Opinión

¿Cuánto vale la moral caviar?

Por: Ángel Delgado Silva

La sorprendente contorsión de la flamante titular del Ministerio de la Mujer –hasta ayer rabiosa detractora del gobierno de Castillo, con marchas para que dimita incluidas– sin duda, amerita una indispensable reflexión. Después de todo, estamos ante una genuina representante de aquella infatuada casta ideológica, que se contempla moralmente superior, por encima de los mortales.

Tal inconsecuencia, si bien es un deporte nacional, en su caso llama la atención. Demostraría que su colosal autoestima, de la que tanto se ufanan, a la hora de la verdad no vale nada. Las tentaciones mundanas: el afán de lucro, el poder a cualquier costo, el figuretismo narcisista, el estilo de vida cebado por la hacienda pública –a los cuales dicen despreciar– finalmente ganan su alma. Y terminan imponiéndose en sus hábitos y conductas objetivas. Recordemos su performance corrupta en la Municipalidad de Lima, durante la égida de una señora exponente del moralismo caviar.

Pero no es todo ni lo más importante. Los miembros de la casta, aupados en posiciones de poder, han emponzoñado el quehacer público. Utilizando una diarrea de normas, requisitos, exigencias y condiciones, cada cual más absurda y tendenciosa, lograron su devaluación en grado sumo. Y por estas brechas y fracturas colocaron a sus ONG, de toda calaña. Obviamente no mejoraron los servicios a la población, pero sí ganaron experiencia en manipular los asuntos del estado, infiltrarse en los gobiernos de turno y, lo más pernicioso, ejercer una tutoría intelectual y moral, fundada en seudo concepciones, tan extremistas como disolventes.

Son componentes básicos de esta hegemonía caviar su enfoque moralizante, su atosigamiento en una eticidad tóxica, su obsesión mórbida por lo “políticamente correcto”. Estamos ante un moralismo a ultranza, frondoso y rimbombante pero hipócrita y falaz. Sin duda, terriblemente letal para la civilización democrática. Sus monstruosos productos son: 1) la judicialización de la política, 2) el reemplazo de la frontera política por la división ética entre buenos y malos, 3) la descalificación del adversario con imputaciones delictivas, 4) el uso político de la lucha anticorrupción para combatir a los otros, no a los suyos, 5) el subrogar la decisión política de instancias representativas por el dictamen burocrático de los expertos, 6) la desnaturalización de los necesarios controles administrativos, trastocados en procedimientos formalistas y enrevesados que imposibilitan una gestión adecuada, 7) el convertir las expresiones coloquiales y el derecho de opinar en delitos de odio perseguibles policialmente, 8) la conculcación de las libertades de pensamiento y expresión cuando ellos las estimen “incorrectas”, etc.

Es tiempo de combatir estas imposturas caviares que nos oprimen, cual dictadura de la rectitud. ¡Basta de abusar de nuestra paciencia! Recuperemos la libertad de espíritu, del pensar sin temor. ¡Rechacemos el miedo “al que dirán”!

(*) Constitucionalista

(*) La empresa no se responsabiliza por los artículos firmados.

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