Opinión

¿Quién cuida a la presidenta?

Por: Martín Valdivia Rodríguez

La agresión a la presidenta Dina Boluarte en Ayacucho es un acto condenable desde todo punto de vista. Sin embargo, el incidente no deja de ser insólito, no solo por el hecho de que dos mujeres hayan burlado la seguridad para llegar hasta la mandataria y, mientras una la jala de los pelos, la otra la zarandea de los brazos, sino por el gesto infantil e inaudito de lanzar caramelos al aire, al estilo de los padrinos de antaño, que tiraban puñados de monedas en los bautizos para que los niños las recojan del suelo.

No es necesario haber leído las teorías de Theodor Adorno y Max Horkheimer, fundadores de la Escuela de Frankfurt, para darse cuenta de que, para la presidenta, motejada como “Dina asesina” en las regiones del sur, ir a Ayacucho era meterse a la boca del lobo debido a que aún no se cierran las heridas causadas por las muertes de decenas de personas a manos de policías y militares durante las protestas del año pasado.

Se supone que el premier, los ministros y hasta los asesores, que ostentan títulos de abogados, sociólogos, economistas, etc., conocen un poquito de psicología de masas, lo suficiente como para darse cuenta de que para Dina Boluarte el ir a Ayacucho era peligroso, no solo políticamente para su imagen, por los abucheos y protestas a los que se exponía, sino también porque podría ponerse en riesgo su integridad física, como ocurrió.

Felizmente solo fue el arrebato de una madre que, desesperada porque su hijo fue asesinado en las protestas del año pasado, se acercó a la presidenta con la intención de agredirla con sus propias manos. Algo mucho más grave hubiera ocurrido si esa persona fuese algún terrorista o desquiciado que, para su propósito, hubiera utilizado un arma letal.

Por lo tanto, animar a la mandataria del país a darse un baño de pueblo en una ciudad como Ayacucho, donde no goza de simpatías, sino más bien tiene un amplio rechazo, era un acto temerario. En consecuencia, no solo deben rodar cabezas en la Policía Nacional, pues los encargados de la agenda de la presidenta también deben poner las barbas en remojo, ya que debieron analizar mejor la situación y advertirle de los riesgos que corría al trasladarse a Ayacucho, una localidad donde la animadversión que causa es muy alta. Eso de lanzar caramelitos al aire, además es un gesto desatinado que pudo ser advertido por los asesores de la mandataria, quien en las regiones del sur tiene un rechazo que supera el 90%, según las encuestas. Su imagen se seguirá deteriorando por culpa de quienes la deben cuidar y no lo hacen. Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.

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