Opinión

No más tiempos de barbarie (I)

Por: Martín Valdivia Rodríguez

Estamos ante una situación de emergencia. Una coyuntura política con una convulsión social que ojalá, por el bien del país, no nos lleve a los tiempos de barbarie, aquellos años en que dos bandos enemigos, con líderes de uniforme, se mataban a balazos en las calles de Lima, Arequipa o Tacna. Pero no estamos sometidos al influjo de las bayonetas de dictaduras militares y bandos golpistas. Estamos regidos por una democracia que, pese a estar herida y golpeada una vez más por la ineptitud, la corrupción, la traición y la estafa, debe ser nuestra tabla de salvación. El imperio de la ley se debe imponer a esta amenaza de hecatombe social, que amaga convertirse en una de esas tormentas políticas que las páginas negras de la historia del Perú nos recuerdan.

No es esta la rebelión de los coroneles Gutiérrez —los cuatro hermanos que pagaron caro su osadía de sublevarse contra Balta— ni el Tacnazo de Morales Bermúdez contra Velasco, tampoco el golpe de Leguía contra Pardo o el de Sánchez Cerro contra Leguía. Aquí no hay manu militari, ni la Policía ni las Fuerzas Armadas se sometieron a la orden leída por Pedro Castillo sosteniendo un papel con mano temblorosa. No nos encandilan las arengas de aquellos caudillos uniformados que hipnotizaban a la masa en los tiempos del oprobio. Hay, eso sí, una rebelión civil de una masa que, contradictoriamente, exige lo mismo que les conviene a los enemigos del país, la pateadura del tablero de la legalidad y las formas democráticas.

El pueblo está en su derecho de protestar, es cierto, pero lo que exige nos puede llevar a un periodo de desgobierno y anarquía, de ausencia de normas, de civilidad y de paz. Y, para colmo, sus demandas no están en la agenda que tratan los alcaldes o gobernadores regionales que entran a Palacio a sostener diálogos de piedra en busca de una salida.

Los que ganarían en este confuso escenario serían los grupos políticos insensatos que atizan el fuego por conveniencia. Vemos claramente cómo a ciertos miembros de la izquierda radical y de algunos grupos caviares les brillan los ojos de emoción porque la pradera corre el peligro de incendiarse. Mientras que conspicuos representantes de la extrema derecha no se quedan atrás, exigen meter bala a mansalva, sin contemplaciones, porque, según ellos, todos son terroristas. Y no es así.

Ni todos son terroristas ni todos son manipulados. La gran masa se deja llevar por los dictados del corazón, por la indignación, la rabia contenida y la red de venganza por toda una vida de postergación, indiferencia y olvido. Mañana continuamos. Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.

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