Opinión

Oportunistas y aprovechados (II)

Por: Martín Valdivia Rodríguez

Los casos de Alejandro Toledo y Pedro Castillo son diferentes, pero tienen varias cosas en común, aparte de la investigación que les sigue la Fiscalía por hechos vinculados a la corrupción. Los dos expresidentes nos vendieron el cuento del peruano de raíces andinas, de padres agricultores y de origen humilde, pero que a base de sacrificio, esfuerzo y espíritu de lucha logró tener una profesión, ser un hombre de bien y alcanzar el éxito.

De Castillo se duda que fue rondero —la misma Chota lo desmienten— y el asunto de su maestría no ha quedado del todo claro. Y se encargó de desacreditar sus frases “palabra de maestro” y “no más pobres en un país rico” en un año y medio de gobierno. Sin embargo, esos “pergaminos” de Castillo son poca cosa al lado de las monumentales mentiras de Toledo. En realidad, el camino de Toledo no ha sido labrado exclusivamente a pulso, con trabajo y talento, sino más bien tuvo un golpe de suerte que lo catapultó. Según el libro “Mis monstruos favoritos”, de Fernando Vivas, al “Cholo de Cabana” se le presentó la virgen en 1963, cuando conoció en Chimbote a Nancy Deeds y Joel Meister, los padrinos de su “sueño americano”, quienes eran voluntarios del Peace Corps (Cuerpo de Paz) y él tenía 17 años. Enternecidos por sus orígenes y ansias de superación, ellos le enseñaron a hablar inglés, le buscaron becas y lo llevaron a EE.UU.

No pretendemos menospreciar la inteligencia y astucia de Toledo, que las ha demostrado con creces. Sin embargo, detrás de esos atributos y facultades siempre hubo una inclinación a disfrazar la verdad. Por eso Fernando Vivas, quien ha investigado a profundidad su historia de vida, dice que “la mentira es parte de su identidad”.

El expresidente negó a su hija Zaraí, esa es quizá la mentira más grande y vergonzosa. Estudió en Stanford y si lo hubiera dicho quedaba bien, pues se trata de una de las cinco mejores universidades de EE.UU., pero su ostentación lo llevó a decir que había sido alumno en la Harvard, la número uno. Otra mentira colosal es esa de que el dinero de la compra de sus propiedades era de la indemnización que recibió su suegra por haber sido víctima del holocausto de la Segunda Guerra Mundial. Ella misma lo desmintió.

Pero no se trata de que un provinciano no pueda ser buen presidente, pues la historia nos recuerda a varios que han tenido gobiernos decentes. Tampoco que baste con que un presidente sea capitalino y de raza blanca para garantizar eficiencia y honradez. Prueba de ello es un tal PPK, de gobierno torpe y también manchado por la corrupción. Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.

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