Opinión

La tiranía de los representantes (II)

Por: Iván Pedro Guevara Vásquez

Históricamente, los golpes de Estado han sido de carácter militar. A lo largo de la historia, desde la antigüedad los militares han conducido en determinados momentos los destinos de las naciones, al punto que una de las formas de gobierno, como es la timocracia, se refiere precisamente al gobierno de los caudillos militarizados que enarbolan determinados “códigos de honor”.

Ciertamente que los caudillos no son propios de la democracia. Son más bien propios de la autocracia, de la dictadura, aunque por el periodo de desarrollo y evolución de las democracias, todavía hayan caudillos en las democracias formales que por lo general son los fundadores y “dueños” de algunos partidos políticos.

Pero lo que se requiere en democracia son líderes, ya que éstos, a diferencia de los caudillos, sí están dispuestos al sacrificio y cuidan sobremanera a los integrantes de su organización, al punto de poder inmolarse por los mismos.

Solo en democracia hay representantes. Y solo en democracia, éstos no pueden irse contra la voluntad mayoritaria de la población. Los representantes (congresistas y presidentes de la República) se deben al representado, que es la población.

Las dictaduras militares son fácilmente detectadas en su Junta Militar de Gobierno que, con un jefe de la misma, conduce a un Estado nación. Los golpes de Estado de los presidentes de la República también son fácilmente detectados, porque cancelan, al margen de lo dispuesto en el texto constitucional, al Congreso de la República e intervienen directamente al Poder Judicial, al Ministerio Público y al Tribunal Constitucional, destituyendo magistrados y designando otros en su lugar, en calidad de títeres.

Lo que no es fácilmente detectado es el golpe de Estado dado por el Congreso de la República, porque en este caso usualmente se conservan las formas de una democracia aparente; pero en donde tanto el Poder Ejecutivo como el Poder Judicial, el Ministerio Público y el Tribunal Constitucional están conducidos por títeres y/o cómplices de la corrupción y del dominio autocrático (y anti meritocrático) del Poder Legislativo.

Esta última clase de dictadura, disfrazada de democracia formal, es difícil de detectar. Pero brinda ciertas señales de la misma, desde el mismo hecho de la negación a que la población se pronuncie, en sendos referéndums, ya sea por una nueva Constitución o por la revocatoria de los cargos de congresistas y presidentes de la República.

(*) Analista político

* La Dirección periodística no se responsabiliza por los artículos firmados

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