Opinión

La conspiración del camarada Sagasti

Por: Omar Chehade Moya

Hace un mes cuando el congresista de mi bancada, Luis Valdez, quien me sucedió en la presidencia de la Comisión de Constitución, me llamaba para decirme que salía de palacio de gobierno de reunirse con el propio presidente de la nación, Francisco Sagasti, me dio un mal presagio. Peor aún, cuando Lucho confirmaba mis preocupaciones: “Sagasti me convocó de urgencia a Palacio, me amenazó abiertamente, que, si aprobábamos en el Congreso la reinstauración del Senado, la regulación de la cuestión de confianza, y la designación de los miembros del Tribunal Constitucional, él sacaría “a sus constitucionalistas” a los medios de comunicación a boicotear los proyectos que pretendían fortalecer la institucionalidad democrática. Pero fue más duro con el tema de la elección a los magistrados al T.C. porque me volvió a amenazar, esta vez con sacar a las gentes a las calles, corriendo más sangre que en los luctuosos sucesos de noviembre del año pasado”.

Al día siguiente, lejos de asustarse, Valdez denunció la abominable intromisión de Sagasti, cuando le tocó en la sesión del Hemiciclo abrir el debate antes de votar la reforma constitucional de la regulación de cuestión de confianza en aras de evitar el abuso de los próximos ejecutivos que tengan la insana intención de disolver el Congreso como lo efectuara de modo abusivo el inefable Martín Vizcarra. Pero la suerte estaba echada, Sagasti, que también pertenece a la caviar bancada morada, había negociado los votos con la bancada comunista del Frente Amplio, con sus “morados”, con los traidores de otras bancadas, y con algunos disidentes o tibios con problemas en otros grupos. Si bien los demócratas teníamos mayoría, sin embargo, como se trataba de reformas constitucionales, la misma requería de una mayoría calificada de mínimo 87 votos. Nuestra mayoría era simple, y al final del debate obtuvimos solo 82 votos, quedándonos fuera por apenas cinco. La primera de la gran reforma política que fomentaba un candado democrático contra algún posible futuro autocrático de cualquier gobierno, había sido abortada tenebrosamente desde palacio de gobierno.

Cuando hicimos las consultas para el balance del próximo tema que habíamos elaborado a fuego lento (en la época de mi presidencia en la comisión de constitución) de reinstaurar el Senado, a través de una bicameralidad reflexiva, concluimos que al igual que la anterior frustrada reforma, tampoco contábamos con los votos calificados suficientes. Sagasti, se había encargado de “convencer” con artimañas a otras bancadas para impedir la aprobación de la bicameralidad, que, hasta el año pasado, y de manera contradictoria, su bancada sí apoyaba, incluso había dos proyectos que pretendían retomar el Senado que venían de su grupo parlamentario. Por ello, optamos por no ir al pleno a votar la segunda reforma política cuestionada por el presidente. Una ley como reinstaurar el Senado, no podíamos exponerla a maltrato por algunos parlamentarios ignorantes, ni por los métodos montesinistas ordenados por el jefe de Estado.

Pero lo que ya pareció gansteril fue la forma como se impidió elegir a los nuevos miembros de un Tribunal Constitucional que ya había cumplido su período de gestión hacía dos años. Incluso con la complicidad de dos presidentes de instituciones del Estado. Primero de la presidenta de la Corte Suprema de Justicia que justificó una express e inconstitucional resolución de amparo y cautelar que, violentando a un poder soberano, como el Congreso, le “ordenaba” suspender el proceso de elección de los miembros del Tribunal Constitucional. Como en el Parlamento no hicimos caso a una resolución írrita e ilegítima de una jueza supernumeraria, seguimos con el proceso. Sin embargo, el Ministerio Público bajo la batuta escondida del camarada Sagasti, nos inició un inconstitucional y absurdo proceso de investigación a más de 90 congresistas por el supuesto delito de desacato.

La actuación de Francisco Sagasti pasará tristemente a los anales de la historia, por tratar de avasallar las instituciones, y en su intento comunistamente ideológico de destruir lo avanzado en democracia. Su lamentable comportamiento solo es comparable con la vergonzosa petición que, en diciembre de 1996, le hiciera a los secuestradores terroristas en la Embajada de Japón, cuando el día en que iba a ser liberado le pidió autógrafo y dedicatoria al líder emerretista Néstor Serpa Cartolini y a su subordinado “el árabe”. Años más tarde, en entrevista periodística, exhibía orgulloso el documento dedicado por dos delincuentes subversivos que azotaron a nuestra patria durante varios años.

(*) Ex vicepresidente y congresista de la República

(*) La empresa no se responsabiliza por los artículos firmados.

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