Opinión

En el ojo de la tormenta

Por: Martín Valdivia Rodríguez

En los años 80, la labor más intensa de los fiscales de la Nación — Miguel Cavero Egúsquiza, César Elejalde Estensoro y Manuel Catacora, por ejemplo— estaba relacionada con los casos de terrorismo, especialmente las investigaciones sobre desapariciones en Ayacucho. En los 90, Blanca Nélida Colán marcó un paréntesis porque su función solo fue servir al gobierno de Fujimori, que había capturado los poderes del Estado. Desde Miguel Aljovín hasta Patricia Benavides, el trabajo de los titulares del Ministerio Público ha sido —y sigue siéndolo—, principalmente, investigar casos de corrupción y delitos conexos. Sin embargo, ellos mismos han sido objeto de graves acusaciones.

En el 2001, Miguel Aljovín, en uno de sus más vergonzosos fallos, archivó la denuncia de enriquecimiento ilícito contra Vladimiro Montesinos y por eso fue acusado de cohecho, prevaricato, encubrimiento personal y otros delitos. La exsecretaria de Montesinos, Matilde Pinchi Pinchi, declaró que compró cinco pasajes aéreos a Miami para Aljovín y su esposa con hospedaje en el hotel Hilton Blue. Dijo que, además, les dio 50,000 dólares de bolsa de viaje y dos relojes de oro marcas Rolex y Cartier.

Recordamos este pasaje de la historia negra del Ministerio Público para darnos una idea de cómo los fiscales de la Nación casi nunca han estado exentos de graves acusaciones, muchas de ellas demostradas con pruebas, pero otras no, pues fueron parte de varios complot armados por las propias mafias de la corrupción.

Posteriormente han ocurrido escándalos que comprometieron a fiscales de la Nación, señalados como corruptos, encubridores y hasta integrantes de mafias. Algunas de estas denuncias eran veraces, se justificaban, pero otras formaban parte de oscuros planes orquestados precisamente por los culpables o sus tentáculos, para hacer caer a un fiscal que estaba cumpliendo su trabajo con honestidad e imparcialidad. Por cierto, congresistas, empresarios, lobistas y oportunistas de toda clase siempre han metido sus narices en el Ministerio Público porque este es el organismo donde son investigados y acusados los corruptos.

Teniendo en cuenta estos antecedentes en la historia del Ministerio Público, se podría decir que el caso de Patricia Benavides y su pelea con la presidenta Dina Boluarte, con el Congreso de la República como elemento beligerante también, es sui géneris, como lo señala el expremier Ántero Flores-Aráoz. Se trata de una pelea de todos contra todos con acusaciones, sospechas, intrigas, contubernios y conspiraciones. Es necesario detener la tormenta, pero sin que eso signifique tapar la verdad. Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.

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