Opinión

El escenario después de la confianza

Por: Ángel Delgado Silva

Luego del voto de confianza congresal el Gabinete Bellido recibe un impulso que, objetivamente, lo fortalece. Queda, ahora, en manos de los capitostes del Gobierno, la tarea de estabilizarse y ajustar sus filas para empezar a responder a las múltiples demandas del país. Después de un mes nefasto, terrible, vergonzoso; en otras palabras: ¡un agosto fatal, para el olvido!, deviene el imperativo inexcusable de recuperar credibilidad, al menos, entre sus simpatizantes, si no quieren echar al agua el capital político acumulado durante el proceso electoral.

Nunca en la historia nacional un régimen ha empezado con tanto sinsabor a causa de sus propios desaciertos. El idilio con la población se ha roto de inmediato. Ya no habrá ni luna de miel ni cien días de gracia, como se acostumbra al debutar las nuevas administraciones. Y, conste, que este juicio no critica sus posiciones fundamentalistas y totalitarias. No, ¡claro que no!, responde a una verificación evidente: la incompetencia superlativa y manifiesta de sus miembros. Tal cosas es incompatible con cualquier dictadura que se respeta.

Los Estados fascistas o comunistas tendrán todos los reparos del mundo, pero es imposible negar el talento político de sus duces, führers o comisarios. Esta incapacidad supina que exuda por los poros del gobierno de Castillo es su reto inmediato, urgente. La contradicción principal a superar, si pretende no implosionar en la orilla. Por eso, debiera aprovechar la condescendencia del Parlamento para salir del marasmo deletéreo, en el cual se viene ahogando ostensiblemente.

Pero, ¡oh sorpresa! Cuando pensábamos que las cosas discurrirían por ahí, observamos estupefactos la negativa del ministro de Trabajo a renunciar al cargo. Se frustraría así la primera recomposición del equipo ministerial, ya no para complacer a los congresistas opositores (la confianza ya fue otorgada), sino por sus propios requerimientos internos. El hecho que se dilate una decisión de este tipo, nacida en su experiencia, revela diferencias colosales, aún no superadas, en el seno de la cúpula gubernamental.

En lugar de canalizarse hacia soluciones oportunas, el conflicto sigue atascando la maquinaria oficialista, sin marchar hacia algún destino cierto. Dicen que la inacción es peor que la adopción de una mala medida, porque esta es susceptible de ser corregida en función de algún objetivo. Pero cuando no se conoce a dónde ir o cómo comenzar, la consecuencia será la parálisis absoluta, para descontento de todos, tirios y troyanos.

Así las cosas, la destrucción del Estado burgués –objetivo supremo de la teoría revolucionaria, para llegar a la anhelada sociedad comunista– no resultará de la acción política de las masas, sino del anarquismo práctico de la recua de aventureros, inútiles, ignorantes y estúpidos, que dicen gobernarnos.

(*) Constitucionalista

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