Opinión

Vicepresidente, una figura decorativa

Por: Martín Valdivia Rodríguez

Cuando Alberto Fujimori era presidente y viajaba al extranjero, ¿Máximo San Román, entonces vicepresidente, realizó alguna gestión importante? No. Cuando Alan García ocupó el Sillón de Pizarro, en su segundo gobierno, su vicepresidente Luis Giampietri ¿firmó algún decreto importante? Tampoco. ¿No era tan improductiva e intrascendente la función del vicepresidente Martín Vizcarra que PPK lo mandó de embajador a Canadá? Y ni qué decir de los segundos vicepresidentes. Basta mencionar que, a Carlos García y García, Fujimori ni siquiera le permitía el ingreso a Palacio. Ahora la presidenta Dina Boluarte quiere viajar al extranjero para ejercer la representatividad del país en los fueros internacionales, pero por ahí dicen que no puede porque no hay quien ocupe el “importantísimo” cargo de vicepresidente.

Desde el 5 abril de 1992, Fujimori gobernó sin vicepresidentes. Y cuando cayó, en noviembre del 2000, nadie en el Perú pensó que Francisco Tudela o Ricardo Márquez pudiera asumir la presidencia. Entonces el Congreso, en un acto de lucidez, encontró en Valentín Paniagua a la persona adecuada para la transición democrática.

Entonces, las vicepresidencias en el Perú son cargos casi honoríficos y decorativos, prácticamente sin funciones ni poder de decisión. Tanto así que un vicepresidente no cuenta ni siquiera con un despacho. En otros países es igual y también se pone en tela de juicio la existencia de dicho cargo.

Según los historiadores, el puesto de vicepresidente nace con la Constitución de 1860 y, por iniciativa de Ramón Castilla, se añadió el concepto de las dos vicepresidencias, algo inédito en la política peruana. Dicen que Castilla se dio cuenta de que, al existir otra vicepresidencia, si la primera sacaba al presidente, la segunda se encargaría de la venganza.

Este esquema se mantiene hasta nuestros días, los vicepresidentes solo son suplentes que están a la espera de un viaje, enfermedad o fallecimiento del titular. De tal modo que, durante los gobiernos de Belaunde, sus vicepresidentes fueron estratégicamente enviados a las embajadas en México (Edgardo Seoane Corrales, en el primero) y a Estados Unidos (Fernando Schwalb López-Aldana, en el segundo). Ocurre que, en general, cualquier protagonismo de un vicepresidente no es del agrado del presidente.

El cargo de vicepresidente es, por lo tanto, insustancial e improductivo. En la era digital no es descabellado que el presidente pueda despachar de manera remota mientras se encuentra en el extranjero. El frente externo también es importante para un gobierno. Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.

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