Opinión

Urge solidaridad

Por: Antero Flores-Araoz

Muchísimas familias y personas vienen enfrentando la adversidad, materializada en la destrucción ocasionada por el ciclón Yaku y con la amenaza del fenómeno del “Niño Costero”, que según los entendidos en este año aparecerá con singular fuerza demoledora, lo que significa más destrucción y por supuesto el aumento del estado de ánimo de la desesperanza.

Todos hemos podido observar la intensidad de las lluvias en muchas localidades, los desbordes de los ríos, la activación de quebradas, los desembalses, la inundación de las viviendas a alturas increíbles, el colapso de los desagües, la falta de fluido eléctrico y de agua potable, la destrucción de casas y otras edificaciones, la pérdida de vidas, epidemias como consecuencia de lo antes señalado y, así podríamos seguir hasta el cansancio.

La gente con la angustia que lo expuesto significa, agravado con la pérdida de cultivos y de empleos, clama al Estado por la solución a los problemas, pero la verdad es que el Estado, en sus tres niveles gubernamentales mostró ineficiencia en advertir lo que se venía y encima, no hizo las obras de prevención que pudieran haber amortiguado y paliado tanto daño producido, pese a los millonarios presupuestos asignados a autoridades francamente irresponsables para no entrar en duros calificativos.

Sin embargo, somos testigos de que otras instituciones, sobre todo de las iglesias, como son Caritas y Adra, vienen haciendo sus máximos esfuerzos para ayudar a los afectados y, hasta las parroquias, templos y capillas se han convertido en centros de acopio de ayuda para los damnificados, a lo que se agregan algunas fundaciones, gremios empresariales como laborales y profesionales que se han sumado a los esfuerzos colectivos, mostrando lo que antes se llamaba “caridad” pero que se trata de solidaridad, esto es extender una mano de ayuda a quienes lo requieren con notoria urgencia.

Si bien es verdad que todo lo que les sobra a algunos es bienvenido por otros que lo necesitan, la solidaridad es más que eso y de modo alguno puede circunscribirse a lo que se tiene demás o en exceso o que dejó de usarse. La solidaridad es compartir lo que se tiene, sea poco o mucho, sacrificándose muchas veces para que lo que alcanza para cuatro pueda llegar a ocho. Nos despojamos de lo nuestro, que necesitamos, para compartirlo con terceros, que muchas veces ni conocemos pero que son seres humanos que requieren de la ayuda solidaria.

Compartir es la voz que se debe imponer en estos días aciagos, pero no solamente en bienes materiales como son alimentos y prendas de abrigo, sino tiempo para llevar voz de consuelo y de esperanza, que puedan originar que los afectados recobren la fe, además de recobrar su bienestar.

La solidaridad no es limosna, es una obligación de quienes, sea por credo religioso o simplemente por humanidad, se ven ante el imperativo categórico del compartir. Unámonos a la solidaridad.

(*) Expresidente del Consejo de Ministros

* La Dirección periodística no se responsabiliza por los artículos firmados

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