Opinión

Navidad: En tiempos de agotamiento político

Por: Juan Carlos Liendo O'Connor

En un pequeño pueblo periférico y agotado por los embates de la política, donde el poder de la investidura presidencial se muestra cargado de frivolidad y corrupción, donde el legislativo se ve envuelto día a día en escándalos mundanos, y donde la justicia es ausente y ciega, surge una pregunta: ¿puede la Navidad abrir un espacio de esperanza y alegría? La respuesta está en el propio significado de esta celebración. En términos del poder político, la Navidad representa una paradoja.

Dios, el Todopoderoso, decide enviar a su Hijo único al mundo no como un rey en un palacio, sino como un niño indefenso que nace en un humilde refugio para animales. Este acto encierra un mensaje potente: el verdadero poder no está en la riqueza ni en el dominio, sino en la humildad, el servicio y el amor desinteresado.

La Navidad nos recuerda que los cambios más grandes que elevan inmutablemente la dignidad humana desde hace poco más de 2,000 años, no comenzaron con la brutalidad de la imposición ni con la frivolidad y egoismo del poder; muy por el contrario, se inician con los gestos mas sencillos y llenos de significado de desprendimiento, sacrificio y coraje frente a la adversidad para procurar el bien común.

Para un pueblo agotado por sus gobernantes, el nacimiento de Jesús, el hijo de Dios, en circunstancias tan simples como significativas, es un llamado a redescubrir la fortaleza de los valores esenciales de la vida política. La humildad no es debilidad, sino la capacidad de reconocer que el poder más grande es el que transforma corazones y sociedades desde la base, desde lo cotidiano y desde las formas.

Este legado ético de la Navidad, centrado en la justicia, la compasión y la verdad, puede inspirar a las personas a ser la semilla de una renovación genuina. El espíritu de la Navidad nos recuerda que la política no está condenada a ser una fuente de frustración perpetua. Cuando los valores de humildad, reconciliación y amor prevalecen, incluso en los ambientes más tóxicos, pueden surgir momentos de paz y renovación.

La historia nos demuestra que no es imposible. En este tiempo, las luces navideñas no solo decoran nuestras calles, sino que iluminan corazones cansados, ofreciendo una pausa para reflexionar. En un pueblo cristiano y tercamente creyente, como el Perú, la Navidad nos invita a mirar más allá de nuestras frustraciones, a buscar en nuestras raíces éticas y espirituales la fuerza para alcanzar un futuro más justo. Porque, al final, el poder más grande no está en los gobiernos, sino en el mensaje de Belén: la humildad y el amor tienen el potencial de transformar el mundo. ¡Feliz Navidad!

*Exdirector Nacional de Inteligencia

Artículos relacionados

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Ver también
Cerrar
Botón volver arriba