Opinión

Los chicos demás

Por: Gustavo Martínez

Cuando cursaba la primaria tenía un compañero de clase que si bien tenía todas sus cualidades físicas e intelectuales intactas no hacía uso de muchas de ellas, salvo de las que se tenían que corregir, pues era demasiado inquieto, en realidad tenía mal comportamiento, era desaliñado, todo el coctel en un solo frasco.

No recuerdo su nombre, pero su apellido era Campos quien, al tener un comportamiento raro y por ende un desempeño educativo terrible, no podía entablar relaciones amicales, nadie andaba con él ni en los recreos,
salvo su hermano que estaba dos o tres grados encima de nosotros.

Gracias a estas “característica y cualidades” obviamente nunca nadie lo elegía para armar grupos de trabajo, ni de estudio, pero tampoco a mí, porque si bien no tenía el comportamiento extremo de campo, era un chico raro en el cole, y para nada apegado a los libros.

Él tenía torcido el código de comportamiento y yo el de la educación y cada vez que se elegían equipos de trabajo para presentar informes o presentaciones, Campos y yo quedábamos al margen, en la exclusión total. Y
siempre simulando o fingiendo que no nos importaba, pero en realidad aguantábamos las lágrimas, sentados en nuestras carpetas de madera.

Pero un día, en cuarto de primaria, en la clase de historia del profesor Félix Huaroto, se estaban armando grupos de dos para elaborar una exposición sobre las culturas pre incas.

Yo la tenía claro que elegir a Campos significaba que tenías que hacer solo el trabajo, diseñarlo, escribirlo, exponerlo y presentarlo, así que nadie lo iba elegir a él, pero a mí tampoco.

Así que tomé una decisión y cuando el profesor Huaroto me dio el turno de elegir a un compañero, grité y dije: elijo a Campos.

Aún veo su rostro de manera nítida en mi mente. Levantó la cabeza y tenía una mirada penetrante pero genuina que nunca más he visto. Fue tan potente que tuve que mirar a otro lado para que no me vean los ojos llorosos.

Al segundo, Campos se me acerca y me dice Martínez, en realidad me dijo cucaracha, que era una chapa del cole,
conmigo no vas a poder hacer nada, ni armar el papelógrafo, ni exponer ni el trabajo escrito, lo miré y le dije: Campos, conmigo tampoco vas a poder.

En ese momento sentí que por primera vez en mi vida hacia algo bueno por un compañero de cole y hacía que se sintiera feliz, pero desde el alma.

Hoy Campos debe tener mi edad y después de ese año no lo volví a ver. Se cambió de cole, no sé qué hará, pero solo espero que se haya guardado esa imagen que nos sucedió y del cual guardo un súper recuerdo.

Seguro no había nada que mi compañero de clase Campos pudiera hacer bien en el cole, pero fue elegido por alguien tan malo como él, por supuesto que salimos jalados en la exposición, pero quizá por primera vez logré sentirme feliz en el colegio ya que pude hacer feliz alguien, que era como yo.

(*) Periodista y sociólogo

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