Opinión

La tentación del poder (II)

Por: Martín Valdivia Rodríguez

En los resultados de las últimas elecciones presidenciales se ha hecho común un factor determinante en la decisión de los electores: el mal menor. Por más que la derecha y la izquierda se esmeren en pontificar sobre las bondades de la libertad y del bien común, respectivamente, al final siempre se impone el mal menor, que ha hecho ganador a no solo a Pedro Castillo y perdedora no solo a Keiko Fujimori. Ya había pasado antes con los triunfos de PPK y Humala. Ello ocurre desde la debacle del sistema de partidos, que se dio no porque este sea deficiente, sino por el mal uso que hicieron de él sus protagonistas.

Así que esa estrategia de la derecha de “terruquear” y acusar de caviares a quienes ocupan otra orilla política, y de la izquierda de etiquetar de “DBA” o vendepatria a sus rivales, no tendría efecto positivo para quien la utilice. El racismo, el racismo inverso, la victimización y otros métodos afines también han demostrado que son contraproducentes en una campaña política. Es posible que se intenten gestar dos candidaturas fuertes, una derecha y otra de izquierda, porque en el último tramo de las campañas solo quedan dos o tres candidatos con opciones. Y todos depende de que los partidos chicos apoyen a los candidatos más afines a su línea política que estén primeros.

La derecha buscaría aglutinar fuerzas para que no vuelva a pasar lo que le quitó a López Aliaga un triunfo que parecía ya tener en las manos, pero que perdió porque Hernando de Soto dividió el voto. Si hubieran dejado la mezquindad, el actual alcalde pasaba a la segunda vuelta y le hubiera ganado fácil a Castillo. Por eso estarían en busca de un candidato sin anticuerpos y sin sombras. Ya suena el nombre de Carlos Añaños.

En la izquierda la cosa está más difícil. Verónika Mendoza prácticamente se ha quemado políticamente y su partido casi no tiene opciones. Y no se perfila ningún político del ala caviar con algunas posibilidades. Por su parte, la línea dura de la izquierda, que representaba Perú Libre, ha quedado pulverizada con el gobierno de Castillo. Y, si nos atenemos a las credenciales mostradas por los lapicitos, no ha aparecido ninguno capaz de dejar su huella sobre la cédula de votación. Ningún presidenciable.

Mientras que en el centro por ahora está desierto. Pero no se descarta que, ante la recuperación de la inscripción de varios partidos y la aparición de otros, aparezca por ahí un outsider para animar la contienda política, aprovechando el desconcierto y la decepción del electorado. Hoy, en política nada está escrito. Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.

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