El pasado sábado 26 de octubre el cielo limeño se tiñó de luto por la muerte inesperada del embajador José Luis Pérez Sánchez Cerro. Su carrera diplomática fue brillante llevando con honor la representación del Perú en Colombia, España, Andorra, Alemania y Argentina. Precisamente, allí cuando fui congresista hice gran amistad con él en las innumerables tertulias y reuniones que tuvimos en Buenos Aires. Hombre cálido, amable, noble, incapaz de hacer daño o conspirar contra el prójimo.
En conclusión, un caballero sano como pocos de los que quedan en el escenario político. Su carrera como abogado y diplomático estaba identificada por la defensa del estado constitucional democrático y los derechos humanos. Fue discípulo del líder aprista Víctor Raúl Haya de la Torre, llegando a formar parte del Buró de Conjunciones del APRA a fines de la década de los sesenta. Aunque parezca una contradicción, siendo discípulo del viejo Haya era al mismo tiempo nieto directo del expresidente Luis Miguel Sánchez Cerro quien había sido encarnizado adversario político del fundador aprista. En una de las charlas que tuve con José Luis me contó: “en verdad ambos nunca se conocieron físicamente, no existía televisión en aquella época. Si se hubiesen tratado en persona seguro Haya de la Torre habría sido amigo de mi abuelo”.
Luego José Luis me expresó que en las charlas que tenía con Haya, éste le había dicho: “no hay problema muchacho, cuando tu abuelo me mandó encarcelar en el panóptico tuve un sueño en el que se me aparecía el propio presidente Sánchez Cerro transitando por el mismo camino, diciéndome no te preocupes Víctor Raúl que pronto cruzaremos el sendero. Ahora ese cruce eres tú José Luis”. Involuntariamente, José Luis Pérez Sánchez Cerro había reconciliado con el pasar del tiempo a su abuelo con Víctor Raúl Haya de la Torre.
La carrera personal de José Luis fue notable, siendo designado en 2022 como secretario general de la Comisión Permanente del Pacífico Sur (CPPS). Su gran lealtad y cariño al extinto presidente Alan García lo llevó a gestionarle personalmente en noviembre de 2018 su asilo provisional en la Embajada de Uruguay en Lima. Más allá de su excelsa carrera diplomática fue un gran jefe de familia. Recuerdo las innumerables ocasiones como dirigía sus palabras con devoción hacia su esposa Sara, hacia sus hijos y nietos.
Fue inolvidable cuando asistimos en agosto de 2015 en Buenos Aires a espectar la final de la Copa Libertadores en el estadio Monumental de River Plate, donde una estrepitosa lluvia que nos empapó de pies a cabeza casi nos enferma de los bronquios. El 9 de mayo de este año, sin saber que sería la última vez, almorzamos en el Club Nacional, estaba considerablemente más delgado y lento al caminar. Al retirarnos del sitio no quiso bajar por las escaleras como de costumbre, prefirió el ascensor. Hoy su figura como estrella asciende hasta el Cielo, y para los que tuvimos el honor de ser sus amigos se eleva a la inmortalidad. Descansa en paz José Luis.
*Exvicepresidente del Perú.
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