Opinión

Itinerario de una sorprendente descomposición política

Por: Ángel Delgado Silva

Al anochecer del 7 de diciembre del año pasado, todo estaba consumado. El golpe de Estado perpetrado por Pedro Castillo, al final de la mañana, abortó. Y detenido, tras intentar huir del país fue denunciado por la Fiscal de la Nación por el delito de rebelión. En paralelo, el Congreso de la República lo vaca del cargo, poniéndolo a disposición del Ministerio Público y el Poder Judicial. Horas más tarde, juramentaba la Vice-Presidente, en cumplimiento de la Constitución.

En una jornada breve pero intensa, se conjuró la peor amenaza contra la democracia peruana. El extremismo radical en el poder puso en grave riesgo al régimen republicano. Conscientes, los sectores democráticos en las calles, con sus potentes movilizaciones y desde el Parlamento, bloquearon el secuestro de las instituciones. Además, evidenciaron el carácter corrupto y la incompetencia del gobierno. Los peruanos asumimos el reto de la hora y luchamos gallardamente contra las fechorías del poder. ¡Así lo registrarán los anales de la historia! Aunque la estocada final fuera gatillada por el cálculo estúpido del golpista, el triunfo jamás se habría alcanzado sin esa poderosa resistencia democrática y popular, de año y medio. Dicha ola gigante, anti-totalitaria, creó el contexto político para la victoria republicana. ¡El futuro se avizoraba esperanzador!

Sin embargo, este optimismo empezó a desvanecerse, aceleradamente. No ratificar las elecciones para abril del 24 –votada por una amplia mayoría congresal, el 21 de diciembre– fue un craso error. Dio tiempo a que escalara la subversión en las provincias sureñas y que se fraguara el chantaje: “elecciones con Asamblea Constituyente”. Con este giro el radicalismo empezó a remontar la caída de Castillo, postergando su avisada derrota electoral (fin del crecimiento parlamentario y menos ganar el gobierno). Los comicios adelantados sellarían su fracaso rotundo y en un país convulsionado, una fuga para descomprimir tensiones.

Las bancadas democráticas del Congreso perdieron impulso, tras advertir la no ratificación del cronograma electoral. En vez de usar la inteligencia, entraron en pánico. Algunas, optaron por acercarse a la izquierda y coquetear con el nuevo oficialismo boluartista, en pos de una salida. Asumieron la tesis radical de elecciones inmediatas, para este año. Pero naufragaron en los intentos. Los extremistas insistieron en la Constituyente. Y el Congreso impotente ingresó a una espiral de desprestigio, de consecuencias terribles. Hoy, nada queda de aquel Parlamento que se plantó a la incuria castillista. La gente, desconcertada, lo vincula a la catástrofe general, pues ha adosado su suerte al gobierno de Boluarte.

Pero lo escalofriante es la fractura ostensible de las fuerzas democráticas. Mientras el extremismo se despercude de su debacle, la oposición democrática que ha dejado de serlo, sin ser gobierno, tampoco– se ha extraviado, ahogada en las mezquindades de la pequeña política. Divididos no habrá reforma alguna, ni nuevo Defensor del Pueblo, ni Contralor y hasta podrían perder la Mesa Directiva.

¡Todo lo acumulado está a punto de perderse!

(*) Constitucionalista.

(*) La empresa no se responsabiliza por los artículos firmados.

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