Opinión

¿En el mar la vida es más sabrosa?

Por: Martín Valdivia Rodríguez

La excandidata fujimorista a la alcaldía de San Isidro Madeleine Osterling comenta el caso Nano Guerra-García y hace una pregunta: ¿Cuál es el problema con trabajar desde la playa? Según ella, “lo importante es que trabaje y contribuya, indistintamente de dónde se encuentre”. Sin embargo, una cosa es el parlamentario que hace trabajo remoto desde su casa, en un ambiente adecuado. Otra, hacerlo desde una playa, mediante una laptop o un celular, tratando de conectarse a través de uno de esos programas como Zoom o Google Met, con la incomodidad y distracción que ello implica.

Todo trabajador debe actuar de manera honesta, desarrollar sus funciones con responsabilidad, a tiempo y con eficiencia. No falta el empleado que siempre llega tarde; el que se lima las uñas o habla por teléfono como “loro” mientras los usuarios hacen cola para que los atienda; o el que chatea con amigos o familiares en “horas punta” del trabajo. Hay muchos de estos casos tanto en el sector público como en el privado.

Los congresistas, a quienes algunos suelen llamar “padres de la patria”, no pueden proceder de esa manera, ponerse a ese nivel. Es un mal ejemplo intentar participar en una sesión del Congreso desde una playa y de manera subrepticia, pues Guerra-García no solicitó licencia y su actitud, al ocultar inmediatamente su imagen cuando se dio cuenta que por error había encendido la cámara de su celular, demuestra que lo estaba haciendo a hurtadillas.

Desde ya, el trabajo remoto tiene algunas desventajas, pues hay muchas más distracciones y pérdida de concentración, deficiente comunicación (no es igual hablarle a alguien mirándolo a los ojos), problemas para la organización, dificultades con la señal de internet, etc. Si a eso le agregamos las complicaciones propias de hacer el llamado remote work desde una playa, sin poder ver bien la pantalla por el exceso de luz, sobre la arena y con el cuerpo mojado, resulta imposible realizar un trabajo eficiente, de calidad, como el que merecen los ciudadanos que eligieron a un congresista.

¿Habrá una diferencia entre un empleado público con sueldo mínimo (S/1,025), pero responsable, que acude puntualmente a una oficina y se desempeña con esmero y dedicación; con un congresista que inconsultamente se toma unas vacaciones y desde una playa trabaja unas horas de manera remota, por una remuneración bruta de S/16,500, pero que, con descuentos y bonificaciones, le reportan un pago total de aproximadamente S/26,000 al mes? Saquen ustedes sus conclusiones. Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.

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