Opinión

El horizonte político peruano sin elecciones a la vista

Por: Ángel Delgado Silva

Después de cinco intentos y sendos choques contra la realidad, todos actos fallidos del Congreso para adelantar el cronograma electoral, queda claro que ya no habrá elecciones generales en el corto plazo. Este colofón objetivo no nos alegra. Siempre hemos creído que, luego del desastre castillista, la recuperación de la democracia y la gobernabilidad extraviadas, requerían de nuevo oxígeno, que solo puede provenir de apelar a la voluntad popular, convocando a la ciudadanía para que decida, ante las urnas comiciales, el destino del Perú.

Lo inquietante del horizonte que se avecina, radica en que los problemas acumulados y los nuevos, que no cesan de incrementarse, no tendrán la válvula de escape oportuna, para su desfogue. Entonces, en lugar de la distención resignada al existir una fecha final cierta, seguiremos en una incertidumbre exacerbada por la sensación que el sufrimiento no tiene cuando acabar.

Enfrentaremos al clima más borrascoso y álgido que el futuro ofrecerá. Carentes de salidas para fugar hacia delante, las tensiones incubadas, los errores cometidos y la incompetencia oficial, colisionarán entre sí, en un vórtice infernal. El Perú, cual olla de presión obturada, podría explotar socialmente en una experiencia dramática, sin precedentes.

En alguna medida ya estamos viviendo los primeros síntomas del malestar de nuestro tiempo. No solamente las instituciones gubernamentales merecen un repudio generalizado, sino el Parlamento Nacional, baluarte en la recuperación de la democracia contra el régimen castillista, ha caído en un descrédito insondable. No importan las razones; pero millones de peruanos le imputan, al igual que al vacado gobernante golpista, toda la responsabilidad en la tragedia peruana.

La situación es preocupante porque, a poco más de cien días del ascenso de la señora Boluarte, el país permanece ingobernable. La subversión declarada por los elementos vinculados a la mafia castillista, están muy lejos de haber arriado sus flamígeras banderas. La trémula actitud del Gobierno no pudo derrotar a los actos de violencia cerril, de inobjetable sello terrorista. Sus poses timoratas y blandengues han alimentado, en el radicalismo violentista, la confianza cierta que sus delitos quedarán impunes. Entonces, con sus huestes intactas, se lanzarán a la brega, nuevamente y en cualquier momento.

Por otro lado, la naturaleza también nos juega en contra. El volumen de los daños causados a las tierras de cultivo, a los animales de crianza y al hábitat de la gente, se erige como una nueva bomba de tiempo. El número de damnificados sin apoyo gubernamental, puede jugar el factor de la pólvora seca arracimada, a la espera de la chispa que la haga detonar. Visto así, la pretensión de durar hasta el año 2026, en el Gobierno y el Congreso, que algunos ingenuos acarician, es una ilusión absolutamente ridícula.

(*) Constitucionalista

* La Dirección periodística no se responsabiliza por los artículos firmados

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