Opinión

Cicerón

Por: Iván Pedro Guevara Vásquez

Es común en época contemporánea encontrar la imagen de Cicerón en no pocas carátulas de libros o afiches de propaganda de cursos de litigación oral, por lo que se suele relacionar al insigne personaje romano de la Edad Antigua con técnicas de litigar en causas judiciales, al punto que incluso se puede llegar al exceso de reducir su importancia a esos ámbitos.

Pero la contribución de Cicerón superó claramente el ámbito de la litigación judicial, al haber sido no solamente un eximio orador, sino también un renombrado político, escritor y filósofo, nacido el 3 de enero del año 106 antes de nuestra era, cuando Roma era una República, y que vivió sesenta y tres (63) años antes de ser ejecutado por orden de Marco Antonio cuando éste integraba un nuevo triunvirato, después del magnicidio de Julio César.

La obra de Cicerón es considerable cuantitativamente hablando, abarcando no solamente sobre política, sino también sobre filosofía y moral, destacando entre éstas “Del supremo bien y el supremo mal”, “La naturaleza de los dioses”, en donde evidencia la innegable influencia de la filosofía y la religión griegas de la antigüedad.

También destacan sus discursos políticos, como las “Catilinarias”, que fueron elaborados, como deslinde y oposición respecto a Catilina, un político y senador romano que habría planificado un golpe de Estado contra la República romana.

Cicerón se impuso a Catilina, a partir de una rotunda elocuencia y sentido lógico. Pero poco tiempo después fue asesinado, muy probablemente por orden de Marco Antonio, el reconocido colaborador y mano derecha de Julio César.

Incluso se comenta que la esposa de Marco Antonio profanó el cadáver de Cicerón, en lo especifico de su cabeza decapitada, al arrancarle su lengua mientras se burlaba y lo insultaba.

La figura de Cicerón se acrecentó en el tiempo, al mismo tiempo que la figura de Julio César, que fue asesinado por un complot de senadores en el cual no habría participado Cicerón, en los llamados “Idus de Marzo”.

Mas se acrecentó no tanto por su oratoria -que de por sí era brillante y magnífica-, sino por su congruencia y coherencia ética, al defender con convicción a la República romana -que era lo más próximo a la antigua democracia ateniense- por oponerse al monopolio del poder por parte de los reyes y dictadores. Ser consecuente con sus palabras fue lo que inmortalizó al final a Cicerón. Y eso debemos aprender hoy.

(*) Analista politico

* La Dirección periodística no se responsabiliza por los artículos firmados

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