
El último día del 2018 el protagonista de la popular serie de televisión El servidor del pueblo, anunció su postulación a la presidencia de Ucrania; ya en boga según todas las encuestas. Dicho programa narraba las vicisitudes de un sencillo profesor que llegó a ser presidente del país, por puro azar. Un video del personaje (Zelenski-comediante), escupiendo fuego contra la política oficialista se filtra accidentalmente. Y al volverse viral fue catapultado al poder supremo.
Nunca jamás el teatro prefiguró tanto a la realidad. En apenas tres meses gana la primera vuelta electoral. Y el 21 de abril del 2019 ratifica su victoria con un contundente 73% de los sufragios. Al mes, el 20 de mayo, juraba como jefe de estado. El libreto cómico se cumplía a plenitud. ¡Hasta el nombre del programa televisivo fue el de su movimiento político!
Este cuasi mágico ascenso sería incomprensible de veras sin esas insólitas características ucranianas, desde 1991 al constituirse como estado independiente. Y, especialmente, a partir del golpe de febrero del 2014. El Euromaidan –festejado por los belicistas de Occidente interesados en ahondar la humillación a una debilitada Rusia ex–soviética– arrancó la catástrofe. No sólo escalaron las viejas tensiones. Se impusieron nuevas prácticas autoritarias en detrimento de la población rusófona, mayoritaria en el sureste del territorio. El régimen de Petró POROSHENKO proscribió la lengua rusa y la fe ortodoxa, eliminó la memoria de la resistencia anti-nazi y enalteció a los colaboracionistas de entonces, persiguió las manifestaciones culturales que venían de tiempo, por una feroz ruso-fobia en la escuela y la administración pública. En simultáneo, una corrupción brutal destruyó la economía y empobrecía a la población.
Por eso ZELENSKI pudo encarnar el enfado y frustración de las mayorías. Y no tuvo problema para derrotar la reelección del oligarca. Inyectó esperanzas y un halito de frescura entre la desesperación. Incluso, prometió concluir la guerra del Dombás. Empero, su populismo histrionista cedió pronto. Y continuó el derrotero anterior. En vez de escuchar las voces del país, se dejó seducir por las marquesinas y los reflectores foráneos. No quiso reconciliar a las nacionalidades, optando por el uniformizar y la limpieza étnica. De abanderado de un pueblo ilusionado devino en el ícono de la geopolítica globalista y la OTAN. Así aceleró los factores del conflicto, provocando la intervención de Putin, en febrero del 2022.
Ahora, militarmente derrotado, sin el respaldo de USA y con la población en contra (4% de aprobación), no atina a frenar la sangría ni el hundimiento de Ucrania. Auspiciado por una irresponsable UE que lo insta “a pelear hasta el último ucraniano”, ZELENSKI despojado de sus laureles épicos vuelve a ser el payaso de siempre. Pero esta vez de una tragedia.
(*) Abogado constitucionalista.
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