
Se veía venir. Ni bien asume un nuevo presidente del Congreso de la República, ya se presenta la primera desavenencia con el Poder Ejecutivo. El profesor Pedro Castillo le envió una carta al general EP (r) José Williams Zapata para saludarlo por su elección e invitarlo a una reunión en Palacio de Gobierno y este último, en una jugada de ajedrez, le remite otra invitación, pero él, unilateralmente, decide el lugar, la fecha y la hora: 16 de setiembre, a las 9 a.m.
Hay otro detalle. Castillo utilizó su cuenta de Twitter para dar a conocer su invitación, cuyo objetivo —según el texto— es “fortalecer el diálogo con el Poder Legislativo para construir una sola agenda nacional”. Mientras que el oficio de Williams fue publicado en la cuenta del Congreso de la República en esa red social y no en la suya.
Una usuaria de Twitter se dirige al presidente del Congreso: “Ubicaína, señor Williams, primero es el UNO, el presidente ya lo invitó. No menosprecie usted al primer —repito, primer— mandatario”. Mientras que otro tuitero, desde la otra orilla, espeta: “El nuevo presidente del Congreso no debe pisar Palacio de Gobierno mientras habite allí un delincuente. La invitación de Castillo a buscar el diálogo no tiene legitimidad alguna. No hay nada que conversar. Con delincuentes no se negocia. Renuncia o vacancia. Punto”.
Lamentablemente, eso es lo que se ha propiciado con esta guerrita de invitaciones. En otros tiempos y en un escenario diferente, el jefe de Estado habría llamado telefónicamente al flamante presidente del Congreso para expresarle su felicitación, dialogar amenamente y coordinar la bendita reunión. Pero no, en la actualidad tenemos a dos poderes del Estado como enemigos acérrimos con sus acólitos lanzándose piedras como las barras bravas de la “U” y Alianza en las calles de Lima una tarde de clásico.
La lucha contra la corrupción es justa y necesaria, pero no debe ser usada como un pretexto para patear el tablero y evitar el dialogo. Por otro lado, no hay que taparse los ojos para no ver los indicios de corrupción en el actual régimen. Honestidad y decencia, señores. Sin gobernabilidad no habrá estabilidad. Ni política, ni social ni económica. Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.