Opinión

Seis meses de Boluarte sin Castillo

Por: Ángel Delgado Silva

Vale el encabezado, porque Boluarte y Castillo gobernaron al país el año, cinco meses y algunos días, del mandato del expresidente. Y aunque dicho atroz periplo jamás conoció disonancia ni voz crítica de la entonces vice-presidenta y ministra de Estado, es un hecho que las circunstancias cambiaron radicalmente. Tanto así que ha dado lugar a todo tipo de interpretaciones; algunas en verdad alucinantes y otras acomodaticias.

Saber en qué consistió la modificación de la coyuntura política es imperioso para evaluar correctamente lo acontecido y, sobre todo, imaginar con sustento los desenlaces futuros. En efecto, porque una genuina búsqueda de la verdad no puede tolerar la coexistencia de discursos que oscilan –para simplificar– entre un golpe de estado usurpador y una restauración democrática plena. Obviamente, en ambas percepciones hay demasiados deseos subjetivos que obnubilan la realidad.

Si el oficialismo más cerril hubiera asumido, como un hecho, la liquidación política de Castillo, el ascenso de Boluarte hubiera sido la segunda etapa, acicalada claro está, de la aventura castillista. No fue así.

Se optó por el combate frontal en pos de la caída de la usurpadora, con acciones subversivas que pusieron en vilo al país. Ciertamente, pasada la estupefacción por la violenta respuesta de sus huestes y tras la salida del castillismo remanente del gobierno, Boluarte vira hacia las fuerzas democráticas en el Parlamento, empujada por la necesidad de sobrevivir.

A partir de entonces se va tejiendo un curioso enlace. No fundado en principios ni bases programáticas, sino en la conciencia de una parte que no quiere sucumbir y otra que, con el paso de los meses, empieza a mirar a Boluarte y su régimen como uno de los suyos. Consideran, además, que el fin de aquel gobierno sería catastrófico. Por eso el Congreso declinó adelantar las elecciones.

Así las cosas, Boluarte celebra su primer semestre como una duración épica, pues ha sorteado obstáculos sorprendentes. Sin duda tiene mérito, ya que muchos apenas le daban sesenta días de vida. ¡Pero alto ahí!. De ello no se concluye que “la crisis ha terminado” y que “dicha calma sea el preámbulo del progreso por venir ”. El poder embriaga y este espejismo sería su clara manifestación. ¡Se explica!

Pero sí es problemático que los demócratas se contagien de estas ilusiones y no adviertan el terreno minado que pisamos; con sus bombas de relojería a la vista. Que los ministros de Boluarte destaquen sobre los de Castillo no basta para configurar un gobierno capaz y eficiente. Por más que se edulcore no garantiza superar la crisis negada y nada asegura que llegará a buen puerto. ¡Frente a tal eventualidad no podemos bajar la guardia!.

(*) Analista político

* La Dirección periodística no se responsabiliza por los artículos firmados

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