Opinión

Los rostros de la mezquindad

Por: Martín Valdivia Rodríguez

Hay mezquindad y abuso en todos los ámbitos de la sociedad. La pandemia ha desnudado los extremos de indignidad a los que puede llegar el ser humano para sacar provecho de la desgracia ajena. Estas situaciones no se circunscriben a los actos de corrupción, que durante la crisis sanitaria cobró matices de osadía y descaro escalofriantes, sino que se dan también en el campo empresarial y en la propia ciudadanía.

Hace meses nos causaba indignación el aprovechamiento de ciertas clínicas privadas que cobraban millonarias sumas a los familiares de pacientes de COVID. En su desesperación por salvar a sus hijos, padres, hermanos o cónyuges, muchas personas de escasos recursos aceptaron deudas impagables con todo tipo de condiciones o arreglos, desde la firma de compromisos o pagarés, hasta acuerdos extrajudiciales, con cláusulas de confidencialidad.

Los deudores, en muchos casos, tuvieron que vender terrenos, carros o pedir prestado a familiares o amigos para pagarles a las clínicas, cuyos dueños hacían su agosto.

Ayer nos enteramos de que, en San Juan de Lurigancho, ante el corte del suministro ejecutado por Sedapal debido a la rotura de una tubería, una más de tantas, algunas familias estaban vendiendo a un sol cada balde de agua. Aquí no solo hay falta de humanidad y solidaridad, sino también aprovechamiento.

Quizá algunos califiquen de ingeniosos, hábiles y hasta ejemplos a seguir por los emprendedores a los dueños de las clínicas abusivas y a los pobladores que venden a sol el balde de agua a sus vecinos, pero una acción de esa naturaleza solo merece el desprecio. Como decía Víctor Hugo: “Donde no hay más que una mañosa astucia, necesariamente hay mezquindad. Decir astutos, equivale a decir mediocres”.

Felizmente, la pandemia también ha dejado ver múltiples y variados actos de bondad. Como esas familias que preparaban fiambres para entregárselos en el camino a las personas que, el año pasado, emprendían viaje a pie a sus lugares de origen porque en las ciudades habían perdido su trabajo. O aquellas que anónimamente ayudan a los menesterosos.

“Entre hermanos nos damos la mano”, dice un refrán que recoge ese sentir de la minka, el tradicional sistema de trabajo comunitario incaico con fines de utilidad social y de carácter recíproco, que acercaba a familias y vecinos para unir fuerzas por el bien de todos.Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.

 

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