
Cuando un peruano visita ciudades como Buenos Aires, Santiago, Medellín, Río de Janeiro o Montevideo, siente una envidia sana y se da cuenta de que Lima, la otrora “Ciudad Jardín” y “Tres Veces Coronada Villa de los Reyes”, es muy desordenada, insegura, su transporte público sigue siendo caótico e insuficiente, carece de servicios urbanos y tiene cada vez menos áreas verdes, entre otros problemas. Percibir la diferencia, en realidad, da cierta vergüenza.
La mayoría de las ciudades de Sudamérica ha sabido avanzar hacia el desarrollo y la modernidad, pero respetando y conservando su arquitectura tradicional. Un caso especial es el de Montevideo, donde un simple paseo por la Ciudad Vieja lleva imaginariamente a París, a Manhattan o a La Habana Vieja, debido a un proyecto destinado a darle a la urbe un carácter audiovisual para que la imagen y el sonido sean el principal atractivo. Por esas razones Montevideo también es conocida como “ciudad camaleónica”, no en sentido peyorativo, sino por su capacidad de satisfacer a visitantes de los más diversos gustos.
Esas ciudades han dejado atrás a Lima, de lejos, en seguridad ciudadana, servicios básicos, transporte seguro, educación cívica, áreas verdes, aire limpio, sostenibilidad ambiental, reciclaje de residuos, actividades culturales, instalaciones deportivas y de esparcimiento.
En realidad, Lima tiene mejores atributos y características para estar considerada entre las ciudades más atractivas y majestuosas del continente, ya sea por su arquitectura, sus monumentos históricos, sus sitios arqueológicos, sus playas y hasta su ubicación geográfica. Sin embargo, las autoridades no se han preocupado en conducir su desarrollo de la manera más adecuada, realista y futurista, lo que está causando invalorables pérdidas en competitividad, eficiencia y en términos económicos.
No solo los últimos alcaldes (Susana Villarán, Luis Castañeda Lossio y actualmente Jorge Muñoz) no han estado a la altura de una ciudad compleja, pero apasionante, que invita a asumir grandes retos en su administración, conservación y desarrollo, sino también las autoridades del Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo le han dado poca atención a la solución de los grandes problemas de Lima. Y a este mar de dificultades se suma la escasa cultura cívica en Lima, donde tirar un papel en la calle es considerado como “normal”, mientras que en Santiago, por ejemplo, arrojar basura en la vía pública está tipificado como falta y se sanciona con una multa que va de US$51 a US$205, según el Código Penal. Ojalá que algún día todos los peruanos aprendan a cuidar la ciudad como su propio hogar. Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.