Opinión

Las manchas que no se borran (II)

Por: Martín Valdivia Rodríguez

Hablábamos sobre la columna de Jaime Bayly donde contaba que, en una de sus palomilladas de juventud, robó cuatro corbatas de una tienda y esa travesura le costó un récord criminal que, después, le impidió firmar un contrato millonario con Univisión en Estados Unidos. Bayly termina así su relato: “Humillado, sin poder negar mi pasado criminal, tuve que volver a mi país de origen. Me dieron un programa de entrevistas a los políticos de moda. Como esos políticos tenían un pasado criminal y sobre todo un futuro criminal, a los dueños del canal no les importó que yo fuese un ladrón de corbatas”.

Ese es uno de los grandes problemas del Perú. En nuestro país, en esos tiempos —estamos hablando de los años 2000— no importaba que un político tenga un pasado criminal. A los medios de comunicación, al menos a la mayoría, les interesaba poco o nada que un presidente, un ministro, un congresista o cualquier otro funcionario público tenga manchas en su pasado, no necesariamente criminales, sino también morales, dudosas conductas, que en otros países serían causa del veto y escarnio público. Aquí no pasaba nada. O no se revisaba con tanta tenacidad, como la de hoy, el pasado de un político. Era considerado un asunto irrelevante.

Las cosas han cambiado en el Perú. Ahora sí la prensa hace un minucioso y rigoroso escrutinio del pasado de los políticos, especialmente si son de izquierda. Les revisan sus hojas de vida, sus antecedentes de todo tipo, hasta los bolsillos. Y eso no está mal, pues así debe ser. Esos importantes cargos solo deben ser desempeñados por gente proba, capaz y decente, limpia de toda mancha. Pero eso debe regir para todos los gobiernos, ya sean de izquierda, derecha o cualquier otro color político.

Por eso, el presidente Pedro Castillo debe ser muy riguroso y hasta celoso a la hora de elegir a un ministro. Hay personas que solo con mirarlas, por su forma de hablar, sus hábitos, sus gestos, basta para comprobar que no tienen el nivel para desarrollar determinada actividad. Sin embargo, también hay otras que aparentan capacidad y honestidad, pues acreditan un amplio récord académico y experiencia profesional, además de expresarse tan bien que inspiran confianza, pero que en realidad son incapaces y no tienen una tabla de valores, requisito indispensable para que una persona ostente un alto cargo público como el de ministro de Estado. Veremos si esta vez el presidente Castillo sí tiene en cuenta estas consideraciones al elegir a los nuevos miembros del Gabinete Ministerial. Por el bien del país. Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.

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