
Los corruptos siempre fingen ser santurrones, siempre. Tal es el caso de todos aquellos que se rasgan las vestiduras, es decir, se “escandalizan” cuando se trata de temas de corrupción. “Nosotros no nos casamos con empresas corruptas”, dicen a voz en cuello cada vez que están frente a un micrófono, como si las empresas o instituciones fueran corruptas. Cuando claramente, y ellos lo saben, corruptas son las personas, algunas personas, no las empresas.
El cinismo está en la naturaleza de los corruptos, está en su ADN. Efectivamente, no hay corrupción sin cinismo. La narrativa de la corrupción es idéntica a la narrativa de la integridad. Palabras como manos limpias, transparencia, honestidad, justicia, Dios, legalidad, verdad, pueblo, entre otras, se repiten como un disco rayado en sus discursos.
Por otro lado, están los que combaten la corrupción de verdad. Este es el caso de algunos magistrados, no muchos, es verdad, especializados en la lucha contra la corrupción. También hay buenos policías, buenos congresistas y buenos periodistas de investigación, además de la ciudadanía en general. Estos también hablan de integridad, justicia y todo lo demás. El problema es que unos lo dicen sinceramente y otros, los corruptos, lo dicen falsamente.
En ese sentido, ¡qué difícil resulta discernir entre quién dice la verdad y quién miente! Ante ello, para descubrir la verdad, hay que investigar, escarbar, ahondar, recurrir a testimonios y pruebas. Por ejemplo, a mí me resultó difícil conocer la verdad en el caso de Martín Vizcarra, aquel expresidente que, en su momento, se presentó como paladín de la justicia y la lucha contra la corrupción en nuestro país.
Sin embargo, resultó ser un tremendo corrupto. Ahora se sabe que recibió sobornos en el Gobierno Regional de Moquegua, en el Ministerio de Transportes y en la Presidencia de la República. ¡Un sinvergüenza!
A los corruptos no les afectan las denuncias. ¿Vergüenza por mentir? No sienten vergüenza de nada. Llegan a tales extremos de cinismo que son capaces, como siempre lo hacen, de denunciar a sus perseguidores por corrupción, precisamente. O sea, el mundo al revés. Los corruptos son los buenos, y los honestos son los malos. ¡Descaro total!
Guardando las distancias, yo puedo dar fe de ello. En el Gobierno Regional de Ica, durante la gestión 2015-2018, combatimos la corrupción de manera eficaz en todos los niveles. Gracias a ello, mejoramos sustancialmente los servicios de salud y educación en toda la región. La mafia de los brevetes, similar a los Dinámicos del Centro del Gobierno Regional de Junín, fue desarticulada y destituida de sus funciones. Los brevetes se entregaban en cuestión de minutos una vez aprobados los exámenes correspondientes, sin sobornos.
Como resultado de esa lucha, mis colaboradores y yo fuimos denunciados decenas de veces por corrupción. Incluso, seguimos inmersos en varios procesos fiscales interpuestos por los mismos funcionarios corruptos a los que destituimos de sus cargos, todo ello siguiendo los debidos procesos, en los que la última instancia siempre fue el Tribunal del Servicio Civil de SERVIR, un tribunal independiente.
Por ello, por lo sacrificado que resulta combatir la corrupción en nuestro país, debemos respaldar a todos los que están librando esta lucha. Es cuestión de justicia y gratitud. Además, nuestra libertad está en juego. Los corruptos quieren aniquilar todas las instituciones que les resultan incómodas para cometer sus fechorías. Quieren eliminar, literalmente, a todos sus perseguidores. ¡Muy peligroso! Los corruptos siempre fingen ser santurrones. El cinismo está en su ADN. Por eso, alcemos nuestras voces. La corrupción, además de ser un descaro moral, genera desempleo, pobreza y hambre. ¡Respaldemos a todos los que realmente luchan contra la corrupción!
(*) Exgobernador regional de Ica.