Opinión

La Ciudad Luz en llamas (I)

Por: Martín Valdivia Rodríguez

Si Mesopotamia, bañada por el Éufrates y el Tigris, es cuna de la civilización, París es la Ciudad Luz. Hay varias teorías sobre la razón de este apelativo, pero todas están relacionadas con los valores, el civismo y ese privilegio que tiene el ser humano de ser la especie más inteligente del planeta. Por eso, llama la atención que justamente en París, cuna del pensamiento y la razón, se haya desatado una imparable ola de rebeldía donde confluyen la violencia, la delincuencia y el caos. Otro calificativo no se les puede dar a esas hordas humanas que saquean centros comerciales, destruyen comisarías, escuelas e incendian carros y edificios enteros. La protesta es un derecho; el vandalismo, no.

La primera teoría sobre la denominación de Ciudad Luz se remonta al siglo XVII, cuando el prefecto de la Policía de París, Gilbert Nicolas de la Reynie, nombrado por Luis XIV, ante la alta tasa de criminalidad callejera, en 1667, ordenó colocar lámparas de aceite y antorchas en las puertas y ventanas para disuadir a los malhechores al exponerlos con la luz y permitir que pudieran ser vistos e identificados. Esta táctica nos hace recordar a la propuesta del alcalde de Lima, Rafael López Aliaga, de colocar luces LED para frenar la delincuencia.

Pero volvamos a las teorías sobre el origen de la designación de París como Ciudad Luz. Otra hipótesis atribuye el sobrenombre al proceso que se dio en Francia en el siglo XVIII y que conocemos como Ilustración, que va del reinado de Luis XV a la Revolución Francesa de 1789, cuando París se convirtió en la capital mundial de la filosofía, el pensamiento político y la cultura merced a intelectuales como Voltaire, Diderot, Rousseau y Montesquieu. Tal es así que a esa etapa se le denomina el Siglo de las Luces, por oposición al oscurantismo absolutista anterior y el empeño en defender el uso de la razón humana.

Y la tercera versión más conocida apunta a la primera mitad del siglo XIX. Dicen que el título de Ciudad Luz se debería a la implantación en todo París, en la década de 1830, del alumbrado de gas. Esta innovación fascinó a toda Europa y los ingleses no dudaron en bautizar a París como “City of Lights”.

Viajando en el tiempo y aterrizando en los tiempos actuales, causa asombro que París se convierta en escenario de tanta violencia, derramamiento de sangre y destrucción. La protesta es un derecho fundamental y constitucional, pero para que sea legítima debe ser ejercida de manera pacífica, sin manifestaciones de violencia contra bienes públicos o privados, ni afectación de los derechos de terceros. Mañana continuanos. Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.

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