Proceder de cuna humilde, haber arañado la pobreza, ser provinciano y andino, pero sobreponerse a las carencias económicas, a la mala alimentación, a la falta de oportunidades y al racismo, para lograr el éxito, es muy meritorio, encomiable y digno del aplauso. Sin embargo, haber tenido esas desventajas y logrado vencerlas no garantiza honradez, pulcritud moral y decencia.
Tenemos dos expresidentes que recorrieron ese camino y terminaron en la cárcel. Primero fue Pedro Castillo, profesor nacido en el centro poblado de Puña, distrito de Tacabamba, provincia de Chota, en Cajamarca. Su proceso judicial aún está en camino. Alejandro Toledo, economista nacido en el centro poblado de Ferrer, distrito de Bolognesi, pero registrado en Cabana, provincia de Pallasca, en Áncash, ya recibió su primera sentencia.
Toledo de niño, cuando aún estaba en la primaria, según dice trabajó de lustrabotas y vendiendo diarios. Cursó sus estudios secundarios en un colegio de Chimbote, donde destacó por sus habilidades matemáticas, y en su último año ganó una beca a la Universidad de San Francisco a través de unos voluntarios del Cuerpo de Paz de los Estados Unidos.
Su preparación académica fue extraordinaria. Estudió Economía y Administración de Empresas en la Universidad de San Francisco, de donde se graduó en 1970; obtuvo una maestría en Educación (1972) y otra en Economía de los Recursos Humanos (1974), ambas en la Universidad de Stanford. Sus logros fueron sorprendentes, asombrosos.
¿Cómo puede alguien, como Toledo, que venció el infortunio y llegó tan lejos y voló tan alto, caer en desgracia y terminar en prisión, con una condena que lo privará de su libertad hasta cuando esté cerca de cumplir los 100 años?
Hay dos palabras que resumen la causa de este fenómeno: codicia y ambición. ¿Qué necesidad tiene un hombre para, luego de sacar tantas piedras del camino, lograr prestigio, respeto y admiración, mancharse las manos con dinero sucio?
Dicen que la justicia tarda, pero llega. Aunque a veces llega muy tarde. En el caso de Toledo, llegó cuando tiene 78 años y sufre los achaques de la edad y varias enfermedades. También están la condena pública, el desprestigio, la reputación por los suelos, aunque hay personas con algún grado de psicopatía, a quienes les resbalan la indignación y el repudio público. Pero la familia también paga las consecuencias y sufre. Es verdaderamente triste cómo está terminando Toledo, aquel hombre a quien alguna vez los peruanos le confiaron las riendas del país creyendo que era una persona capaz y honrada.Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.