Parado en medio del desorden, la mediocridad, la abulia y el desprecio a los valores ciudadanos, se me aparece, no sé bien si en el corazón o la memoria, la vida y la obra de Víctor Raúl Haya de la Torre; cuyo tránsito por estos predios estuvo cincelado por los dones de la inteligencia, el saber erudito, el coraje indesmayable y los votos de probidad y pobreza a la manera franciscana
Haya de la Torre logró a largo de su extensa y agitada vida, unir armoniosamente el verbo y la conducta; el gesto y la pasión por las causas justas. Escogió la política como magisterio. Se entrego a ella sin buscar prebendas u oropeles que tanto encandilan a los canijos de espíritu.
Desde temprano entendió que la vida de un político solo tiene sentido cuando se esgrime con franqueza y sin intereses subalternos al servicio del pueblo. Mientras más conoció y luchó- y vaya si así lo hizo- se aferró con determinación inclaudicable a la verdad de sus ideas; las cuales arrancadas de la realidad fueron su carta de navegación en pro de la libertad con justicia para todos.
Haya de la Torre no se quedó en la cavilación recoleta; accedió a la acción, aun a costa de poner en peligro su propia vida. En ese esfuerzo lo acompañaron una pléyade de genuinos peruanos, quienes bajo las banderas de la democracia social, dieron testimonio de consecuencia hasta el límite del heroísmo, el martirologio y el sacrificio de sus proyectos personales. Tras su voz que no se apaga; el ejemplo que no se olvida; las cruces, las cárceles y los agobios domésticos queda el señero testimonio de pasiones y convicciones entregadas a un ideal supremo: la patria.
A lo largo de su alongado peregrinaje cívico recibió más de un agravio, pero nadie logró talar su dignidad, menguar su fuerza moral ni socavar su optimismo. Haya era en puridad un agradecido hijo del Perú caminando hacia el ansiado provenir. Su gesta fue revolucionaria y democrática en una época en la que en nombre de lo primero se combatió y persiguió a la segunda. Haya de la Torre, a contracorriente de todo, las asocio aún a costa de la incomprensión y la ingratitud.
Desinteresado ante los cantos de sirena que alimentan a las almas anodinas y despercudido de la posesión de los bienes materiales, nos sigue alumbrando con su alma extendida en el horizonte, Para ejemplo de los almidonados con las aguas de la turbidez, jamás tuvo espacio para el rencor o el odio fratricida. Como los apósteles supo predicar, padecer, perdonar y convencer.
Ad portas del día en que sus seguidores a modo de homenaje se aprestan a celebrar la fiesta de la fraternidad, nunca es inoportuno recordar que su figura ha quedado grabada en el frontispicio que la patria ha erigido a sus proceres.
A la sombra de su recuerdo en la fecha de su natalicio, se debe recordar que no basta pregonar la unión de los peruanos, sino es para procurar hacer algo juntos. Recordemos que Dios le ha dado una hermana al recuerdo: Se llama gratitud.
Quienes lo conocieron y siguieron, deben renovar el compromiso de plasmar una patria de pan con libertad. Me sumo como siempre a esa oración de fe y lealtad.
(*) Expresidente del Tribunal Constitucional.
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