Opinión

Elecciones 2026

Por: Alberto Bajak

Tenemos un mal presagio para 2026. Al ver cómo se fragmenta y autodestruye la clase política peruana, llena de odios, acusaciones, mentiras y encubrimiento, salpicados de delitos configurados en un solo estigma y ante la exageración electoral de ver 60 candidatos presidenciales sin cuadros políticos relevantes, solo podemos aseverar que esto puede implosionar.

Los partidos se han convertido en cuevas de ladrones cuando deberían ser las organizaciones más pulcras y transparentes para alcanzar gobernanza local o nacional. La gente que ingresa como militante lo hace por alcanzar un puesto de trabajo, no por vocación ideológica. Tiempo atrás anunciamos que los partidos, eran una plataforma de desempleados que llegaban a incorporarse a una milicia, solo para conseguir un puesto pequeño de poder, o un empleo. Ahora con reingeniería delincuencial son redes y organizaciones criminales con raíces profundísimas.

Los nexos con el tráfico ilegal de oro, narcotráfico, terrorismo y otras lacras, de muchísimos candidatos deben ser filtrados profusamente por el nuevo jefe del JNE. Muchos partidos son bandas, donde el cabecilla es el jefe del partido. Dicho jefe, alquila, vende o subarrienda postulaciones al por mayor, pero de manera silenciosa.

Los “lugartenientes” son sus amigotes o abogados de confianza, los militantes son portátiles de autodefensa y publicidad, y todos ellos esperan postular aleatoriamente a cualquier simplón presidencial para ganar la elección como una tinka. La cleptocracia está institucionalizada entonando irónicamente la clásica de Platón: “El precio de desentenderse de la política es el de ser gobernado por los peores hombres”.

Montesquieu decía lo mismo y ninguno se equivocó. La repelencia humana disfrazada de militancia se inserta y se sincretiza en las organizaciones políticas para alcanzar puestos de poder. Por ello, tanta división electoral, no es el debate doctrinario, ni la discrepancia ideológica, ni la retórica confrontacional, lo que nos hace repensar, sino el afán subrepticio de pelear por una cuota partidaria, para que al llegar a tener alguna influencia, o autoridad posterior, esta gente succione discrecionalmente los dineros públicos por doquier, (mochasueldos por ejemplo) revistiendo mediante artificios pura fechoría que se descubrirá tarde o temprano, terminando una corta y desgraciada trayectoria política con prisiones preventivas, en sucias cárceles.

En la configuración del poder se institucionaliza la corrupción, como el cobro de cupos, nepotismo, cohecho, tráfico de influencias, el “diezmo” de obras públicas, el peculado, el robo, el hurto, el desvío de dinero negro a cuentas bancarias secretas en paraísos fiscales, o lavado de activos con testaferros en propiedades o universidades societarias, que consolidan negocios políticos recubiertos, escondidos y guardados bajo la palabra impunidad. Pero Susana Villarán, Ollanta y Nadine, Martin Vizcarra pronto beberán las aguas de su propia corrupción y serán la bendita excepción a la regla.

(*) Analista político.

Artículos relacionados

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba