Opinión

El Perú es una caricatura sangrante

Por: Hugo Guerra Arteaga

Existe la tendencia de la gran prensa mundial de hacer una caricatura en la que el gobierno es una dictadura de blancos malditos y los terroristas unos pobrecitos indios cuyos derechos humanos son violados.

A lo largo de mi vida he cubierto conflictos en Centroamérica, Argentina, Chile, África, Medio Oriente y, obviamente, el Perú. Así, he testimoniado numerosos enfrentamientos armados, desde choques de manifestantes con la policía hasta ataques sorpresivos con misiles, además de excesivos muertos y heridos.

Emocionalmente, la tentación es ponerse de lado de los que en apariencia son más débiles, lo cual conlleva ver a las fuerzas del orden como “represoras”; y por una reacción moralista la tendencia es a juzgar y sacralizar a las víctimas estableciendo -sin mayor análisis- relación de causa – efecto según la cual siempre militares y policías son culpables de los hechos de sangre. Todo eso se transmite sin mayor contextualización y, gracias a las nuevas tecnologías, incluso se hace ‘online’. Además, vende mucho el sensacionalismo de las imágenes, entre las cuales es mucho más impactante ver a un agente de la ley usando su arma para lanzar una bomba lacrimógena que expectar a una mujer civil tirando una piedra.

Hay, además, problemas editoriales profundos: los corresponsales suelen informar con la impunidad de su ideología, de acuerdo a la cual no transmiten la realidad objetiva, sino crónicas filtradas por su lente político habitualmente de izquierda militante. Entre tanto, los editores extranjeros, a miles de kilómetros de distancia de los acontecimientos hacen ensayos grandilocuentes pero onanistas de la realidad; y si se trata de europeos bien acomodados pero progresistas (de la “gauche champagne”, es decir caviares) o de norteamericanos liberales izquierdistas, perpetran editoriales basados en la tentación totalitaria; es decir en una visión del mundo según la cual el pobre indio es bueno, mientras que los blancos (como si realmente los hubiese en número significativo) son por naturaleza malos, por lo que toda revolución social resulta moralmente justificable.

Este fenómeno mediático, acentuado ahora con la filibustería de las redes sociales en las que las opiniones más avezadas se multiplican tan impunemente como las noticias falsas, lleva a construir realidades paralelas donde la verdad de los procesos políticos es irrelevante, mientras que se impone la arbitrariedad de quienes postulan criterios inaceptables para sus sociedades, pero supuestamente lógicos en un mundo de seres subdesarrollados y casi con taparrabos como el nuestro. Así de duro y miserable nos ven, como una caricatura donde nuestro destino solo tiene una posibilidad: ser machacado por la hoz y el martillo.

Por este fenómeno, y por la prostitución de ONG locales que trafican con los derechos humanos, es que gran parte de la prensa internacional califica a Pedro Castillo como víctima; niega el golpe de Estado; achaca todas las muertes a la represión policial; respalda el separatismo como acto de liberación de los aimaras en Puno; describe como dictadura el gobierno legítimo de Boluarte; apoya soluciones estúpidas como elecciones adelantadas sin cambios políticos; y, en suma, condena a los limeños como imaginaria sociedad de blancos que explota a los indios del interior.

¿Qué hacer? Pues defendernos con la verdad de los hechos y exigir que la Cancillería cumpla con su rol de diplomacia tradicional obligando a que nuestros embajadores trabajen de verdad; y acompañar las acciones con diplomacia pública. Hoy somos una caricatura sangrienta ante el mundo y eso debe terminar.

(*) Analista Político

* La Dirección periodística no se responsabiliza por los artículos firmados

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