Opinión

El cambalache de la política

Por: Martín Valdivia Rodríguez

Una viceministra que favorece a la ONG de su familia. Una congresista que pasea en un helicóptero oficial a la enamorada de su hijo. Un grupo de parlamentarios que viaja a Trujillo para el cumpleaños de otro legislador, pero con los gastos pagados con dinero del Congreso. Un jefe de la Policía Nacional que es descubierto, con fotos y mensajitos de WhatsApp, en tratos con un especialista en contraespionaje y sabotaje contratado por un expresidente que fue vacado y está en prisión. Y siguen los etcéteras y etcéteras. ¡Es que no se cansan!

Todo esto y mucho más en momentos en que estamos atravesando una situación crítica, con un débil gobierno de transición enfrentando las consecuencias económicas de una pandemia que nos paralizó casi dos años y de una convulsión social de la que todavía no nos recuperamos. No respetan nada. Corrupción, angurria, hipocresía, desidia, descaro, ineptitud y maldad. Es un cáncer maligno, una enfermedad crónica, quizá, pero que en los tiempos en los que se necesita más honradez, eficiencia y cumplimiento, causa más daño. Es como si ensañaran con un cuerpo más débil, escuálido. Como un “piraña” que asalta a un mendigo, lo tumba al suelo y le quita de los bolsillos todas las moneditas que consiguió.

No le faltaba razón a Manuel González Prada cuando decía que “El Perú es un organismo enfermo, donde se aplica el dedo brota pus”. González Prada, en obras como “Discurso de Politeama”, “Páginas libres” y “Horas de lucha”, describía a la sociedad de fines del siglo XIX e inicios del siglo XX. Han pasado más de 100 años y todo sigue igual. O peor.

En su obra “Conversación en la catedral”, Vargas Llosa se preguntó “¿Cuándo se jodió el Perú?”. Eso fue en 1969 y hasta ahora no hemos hallado con precisión la respuesta, solamente sabemos que el Perú sigue jodido. Solo hemos podido confirmar que la democracia peruana sigue funcionando sobre la base del clientelismo político, con sus faenones previas aceitadas y con ese lenguaje lumpen de frases como “juro por Dios y por la plata”, “cómo es la mía”, “cuánto me toca”, “sácame mi alita de ese dinero” o “100 grandes para usted”.

Todos los candidatos prometen el oro y el moro, honradez, eficiencia, trabajo. Pero cuando están en el poder demuestran que son hábiles, pero para llenarse los bolsillos con dinero mal habido. Lo más irónico es que la mayoría de estos saltimbanquis de la política son elegidos con el voto popular. Pero algún día el pueblo tendrá la capacidad de elegir autoridades idóneas. Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.

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