Opinión

“Caza de brujas” (II)

Por: Martín Valdivia Rodríguez

Los ronderos de Pataz, acusados de secuestrar y torturar a siete mujeres y un hombre por practicar la “brujería”, cometieron una barbaridad, actos execrables, de eso no cabe la menor duda. Es un hecho que debe ser investigado y sancionado. Tal vez no sea una circunstancia fortuita, sino una costumbre en algunas zonas rurales del país y hay que hacer algo para evitar que eso siga ocurriendo. Pero es notorio también que cierto sector de la política está utilizando el caso para generalizar la situación y deslegitimar a las rondas campesinas, desacreditarlas, condenarlas y ofenderlas.

Llegan al extremo de hablar del “rondero Castillo” en alusión a los años en que el actual presidente, en su natal Puña, ofició como miembro de las rondas campesinas. Se refieren a “rondero”, con un tufo despectivo, discriminador y, sí, con una clara dosis de racismo. Porque hay cierta gentita que relaciona todo lo que no es de la ciudad, de la urbe, del cemento, sino del campo, de la chacra y de la tierra, con el atraso y la ignorancia. Y qué mejor para estas personas que aprovechar el caso de los ronderos de Pataz para burlarse y poner etiquetas.

No estamos defendiendo a Castillo, ni de las acusaciones contra su gestión ni de sus líos con la justicia, la prensa y la opinión pública. Simple y llanamente estamos haciendo notar el cargamontón que se está haciendo contra las rondas campesinas, que jugaron un papel clave en la lucha contra la delincuencia común y el terrorismo. Los métodos que aplican algunas deben ser enmendados, sí, pero no merecen el desprecio y la denigración.

En los años 80 y 90, en las comunidades del Perú profundo las rondas campesinas fueron un gran aliado de las autoridades para evitar que las huestes de Sendero Luminoso infundan el terror con pólvora y dinamita. En cuanto a la delincuencia común, hay un caso ejemplar en Huancayo, donde hace un par de décadas una banda de matataxistas asolaba la ciudad. Los ronderos se pusieron en acción y atraparon a los asesinos. Y ni qué decir de la acción salvavidas de los ronderos contra la violencia machista.

Debe tratarse, entonces, con respeto a las rondas campesinas, que —eso sí— precisan mejorar sus métodos, una delimitación más clara de sus funciones y de la atención del Gobierno y las autoridades correspondientes. Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.

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