Opinión

Alan García, a 5 años de su muerte

Por: Omar Chehade Moya

Hoy, al cumplirse 5 años de la trágica desaparición de Alan García, quisiera recordar mi último encuentro con él. Fue en Bogotá el 7 de agosto de 2018, día en que Iván Duque juraba como presidente de Colombia.

Aquel día, Bogotá se despertó con una intensa lluvia, rodeada de vientos huracanados y relámpagos que partían el alma. Fui invitado a la ceremonia por unos amigos políticos colombianos.

Cuando terminaba de desayunar en el restaurante del Hotel Tequendama, donde me encontraba alojado, observé una avasalladora figura en una de las mesas. Era Alan García, su señora, Roxanne Cheesman, y su hijo Federico Danton.

Me acerqué a saludarlo, el expresidente se sorprendió al verme, se levantó de la mesa, me abrazó con aprecio y me dijo: “Don Omar, me imagino que viene usted a la juramentación de Iván Duque”. Le respondí que sí, y con aires de dominar la escena me expresó: “Anoche estuvimos cenando con el presidente en Andrés Carne de Res”.

Luego me presentó a su familia. Entendí que a esa hora habían adelantado el almuerzo ya que Duque asumía la presidencia a las 3 de la tarde en la plaza pública del Congreso. Noté a Alan García con el rostro desencajado, su amabilidad conmigo escondía, sin embargo, una tristeza en sus ojos. Jamás imaginaría que ocho meses más tarde dispararía sobre su cabeza la N.° 38 Smith Wesson Special (la pistola a la que denominó “mi viejo compañero” en su último libro Metamemorias) con la que incluso se había herido la mano cuando intentó suicidarse antes de abandonar su frustrado asilo en la Embajada de Uruguay en Lima.

Cuando nos despedimos con un fuerte apretón de manos, decidí abrazarlo como señal de reconocimiento. Tenía al lado más que a un expresidente, a un estadista de jerarquía. Quería seguir conversando conmigo, pero entendí que no debía importunar un almuerzo familiar.

Con Alan García nos juntamos en algunas oportunidades, como la reunión de estado acompañando a Ollanta Humala en mi calidad de vicepresidente electo en junio de 2011 en Palacio de Gobierno, pero especialmente, otra más amical en abril de 2014 en casa de amigos, el día que le presenté al senador colombiano Juan Manuel Galán Pachón, hijo del asesinado líder liberal, Luis Carlos Galán Sarmiento.

Aquella vez, García le dijo: “Senador Galán, fui amigo de su padre, su asesinato en Soacha fue un atentado contra toda Colombia. Mi segunda patria es Colombia, viví 9 años asilado allí, en un momento pensé en nacionalizarme y ser presidente del senado colombiano”. Cuando regresé a la mesa recordé las innumerables veces que habíamos adversado políticamente, pero también reconocí el liderazgo continental que siempre tuvo.

En la Argentina de los 80, los jóvenes opositores al presidente Raúl Alfonsín le cantaban: “Argentina, Argentina, queremos un presidente como Alan García”. En su segundo gobierno, el Perú creció económicamente de manera notable, siendo la envidia del hemisferio. Aquel 7 de agosto, sin saberlo, fue la última vez que lo vi.

Premonitoriamente, como en las películas de Hitchcock, los rayos reventaban sobre el Hotel Tequendama. El macabro acto, lamentablemente, llegó con su suicidio el trágico 17 de abril de 2019, con el que se esfumaría la esperanza de los peruanos.

Descansa en paz, presidente.

(*) Exvicepresidente del Perú

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