
Este 9 de mayo, la capital de la Federación Rusa se engalanó al máximo por el 80.º aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial. Las actividades en torno al evento, conocido allá como la Gran Guerra Patria, fueron fastuosas y, sin duda, quedarán plasmadas en los tiempos venideros. Pero el acto fue mucho más que el recordatorio de un triunfo memorable, donde objetivamente el protagonismo y el sacrificio humano correspondieron a los pueblos de la entonces Unión Soviética.
El presidente Vladimir Putin, con extraordinaria habilidad, evocó el pasado glorioso para proyectar un mensaje preciso sobre la disputa que enfrenta Rusia con la Unión Europea, la OTAN y, en cierta medida, los EE.UU. acerca de la conclusión de la guerra en Ucrania. Aprovechó la conmemoración para impulsar dos objetivos políticos de alcance estratégico.
El primero es de orden simbólico y relativo a una pugna de narrativas. La Rusia de hoy necesita ratificar la versión del pueblo soviético como el genuino vencedor del nazismo y destacar que, sin tan magno esfuerzo bélico y la cuantiosa sangre derramada, la Europa liberal y democrática no existiría. Así, se enfrenta al relato que ensalza el rol de EE.UU. en el Día D y el desembarco en Normandía, que Hollywood ha resaltado en abundancia, a pesar de que esta operación data del 6 de junio de 1944, menos de un año antes del final de la guerra, mientras que la invasión alemana de Rusia comenzó el 22 de junio de 1941.
Por otro lado, las bajas norteamericanas en Europa fueron de 147 mil, frente a los casi 27 millones de soviéticos que entregaron sus vidas. No cabe duda de que la Wehrmacht, el ejército más poderoso de entonces, fue destruido en las llanuras rusas y soviéticas. Es más, después de Stalingrado, en enero de 1943, el Ejército Rojo desató una insólita ofensiva que replegó a los nazis hasta Berlín, capturándolo el 2 de mayo de 1945. El resto de los aliados llegó después. ¡Es un hecho!
El segundo logro consistió en evidenciar el renacer de Rusia, no solo por su anclaje en un heroico pasado, sino por la resiliencia mostrada en los últimos años. La celebración del Día de la Victoria ha sido un feliz parteaguas para un país que: sufrió el trauma de la desintegración de la URSS, vivió durante el gobierno de Yeltsin horas amargas de humillación, fue rechazado por Occidente para incorporarse a Europa, como era deseable, más bien fue hostilizado con el fomento de entornos geopolíticos enemigos, y luego de la invasión a Ucrania, se convirtió en la encarnación del mal contemporáneo.
A partir del 9 de mayo, Rusia se ha liberado de estas cargas, del aislamiento y de las recriminaciones. ¡Vuelve a ocupar su lugar en el concierto de las naciones!
(*) Abogado constitucionalista.
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