Opinión

El día de la liberación

Por: Ángel Delgado Silva

Así llamó Donald Trump al solemne anuncio de elevar la tasa arancelaria a los bienes y servicios que EE.UU. venía importando de las economías del planeta. El presidente norteamericano denuncia que las relaciones del comercio internacional eran inequitativas. Las exportaciones de su país sufrían fuertes gravámenes en casi todo el mundo, mientras los productos foráneos ingresaban a su mercado con total liberalidad. Esta avalancha de importaciones había quebrado la industria nacional y sometido al consumo interno a pulsiones fuera de su control. Ello originó la caída de la producción, ocasionando la expansión irresponsable del gasto público con un alarmante déficit fiscal del 6.4% del PBI.

Esta política proteccionista plasma la idea America First, de hacer a EE.UU. “grande otra vez”, esgrimida durante la campaña electoral. Persigue limitar el volumen mercantil extranjero, reducir la brecha de la balanza comercial y hacer competitivas sus exportaciones devaluando el dólar. En paralelo, crea incentivos tributarios para el retorno de capitales que por años emigraron del país y así reindustrializarlo. Por esta vía, espera revertir el oneroso patrón por el cual EE.UU. ha sufragado el desarrollo del “mundo libre”. A partir de ahora, los países aliados compartirán los gastos que demanda el sostenimiento del orden global.

Por cierto, la decisión causó estupor, críticas y rechazos en todo el orbe, más allá de la reacción propia de cada país. China, el principal competidor de EE.UU., dispuso de inmediato el alza de los aranceles para todos los bienes americanos, en igual proporción. Ello iniciaría una guerra comercial de dimensiones, graves daños y desenlaces incalculables –a tenor de los expertos. Más aún, auguran escenarios apocalípticos que descarrilarán la economía internacional. Se teme que se desate la inflación, se frene el crecimiento, se cierren mercados; con recesión, quiebras, despidos y, lo más grave, la multiplicación de conflictos similares al período de entreguerras del pasado siglo XX.

La crisis abierta pone el blanco de tensiones en Europa, en los tradicionales aliados de EE.UU., ya bastante traumados al ser preteridos del conflicto ucraniano. Acostumbrados desde la II Posguerra al engreimiento, trato preferente y ventajas por parte de su socio trasatlántico, hoy acusan la desesperación del mentecato que no sabe qué hacer. Acuerdan incrementar los gastos militares, pese a que no salen todavía de la falencia energética, y adoptan poses desafiantes cuando todo indica que su prosperidad falaz pronto se irá a la ruina. Todo indica que se marcha hacia la descomposición de la Unión Europea.

Ciertamente, carecemos de perspectiva para un pronóstico cierto del futuro. La única verdad colegida es que desde el miércoles 2 de abril de 2025, el mundo será otro. Y pasará a la historia, igual que otras fechas transformadoras, como el ocaso del globalismo neoliberal imperante; el día que alumbra otra época, cuyo signo desconocemos.

(*) Abogado constitucionalista.

* La Dirección periodística no se responsabiliza por los artículos firmados

 

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