Opinión

Posturas que no ayudan al orgullo nacional

Por: Ángel Delgado Silva

La reciente gira internacional del Presidente de la República es, sin duda ni mezquindades, un hecho positivo. La globalización del planeta, interconectado en múltiples dimensiones, obliga a pensar las políticas nacionales a la luz de las ocurrencias fuera de nuestras fronteras. Ante la imposibilidad de la autarquía, viajar y relacionarse con los poderes políticos y fuerzas económicas mundiales, deviene en una necesidad. La voz del Perú debe resonar en los diferentes foros donde se conciertan políticas globales. No podemos estar ausentes del concierto de las naciones.

Por eso había expectativa sobre la performance presidencial en el exterior. Aunque buena parte de las observaciones se ha centrado en asuntos de estilo, como la vestimenta extravagante, ajena a nuestras tradiciones o los problemas de dicción, sintaxis y modos de comunicar, que francamente son deplorables para un jefe de Estado, no son en absoluto lo más importante. Lo censurable, de veras, es la imagen que proyecta del país y su gente, en el escenario internacional.

Parece que Cancillería no le hubiera explicado al primer mandatario que el objeto de estas visitas, además de fortalecer las relaciones con el mundo, es ofrecer las oportunidades del Perú para atraer inversiones productivas y sustentables, así como fomentar el intercambio comercial ventajoso. Ambas tareas imprescindibles para el desarrollo nacional, al inicio de la tercera década del siglo XXI, y para alcanzar un lugar bajo el sol.

Pero, en vez de ello, Castillo se esfuerza en pintar un país miserable, sin agua ni servicios básicos, lleno de penurias y carente de posibilidades. Con ello busca relevar su propio mesianismo, de “provinciano redentor”, capaz de torcer el curso de una abyecta historia de explotación y sufrimiento. Pero esta retórica que pudiera ser útil para el consumo interno, es nefasta para las relaciones exteriores. Obviamente tal decrepitud no permite captar capitales ni tecnología de punta.

Un país donde “se exporta la corrupción” ahuyenta negocios internacionales sanos y, más bien, atraerá a todas las mafias globales. En el mejor de los casos, esta desolación provocará la conmiseración y lástima de los países ricos, que para tranquilizar su conciencia, volverán a catalogarnos como receptor de aquella cooperación internacional no reembolsable, válida solo para la sobrevivencia, como muchos países del África subsahariana.

Esta imagen es falsa. Desconoce olímpicamente el extraordinario esfuerzo de las fuerzas productivas nacionales, especialmente del pueblo trabajador que con sacrificios inconmensurables, produjo un vertiginoso crecimiento sostenido que redujo significativamente la pobreza, convirtiéndonos en un país de ingresos medios y ejemplo en América Latina. En lugar de liderar este proceso corrigiendo sus falencias y debilidades, el Presidente parece preferir la limosna foránea para una población débil. Un propósito absurdo que mancilla nuestra dignidad nacional.

(*) Constitucionalista

(*) La empresa no se responsabiliza por los artículos firmados.

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