
Las valquirias eran divinidades femeninas de la mitología nórdica que decidían qué guerreros iban a morir en combate. Según las leyendas escandinavas, cabalgan a lomos de caballos, lobos o jabalíes alados. Vestían hermosas armaduras tejidas por los dioses y empuñaban lanzas y espadas. En la Segunda Guerra Mundial, un complot para matar a Hitler fue denominado Operación Valquiria. Y ahora, en este país llamado Perú, le pusieron el mismo nombre a una megaoperación policial y fiscal destinada a desbaratar a una organización criminal supuestamente liderada por la fiscal de la Nación, Patricia Benavides.
Se trata de analogías, como también se han usado, a lo largo de la historia, al Caballo de Troya, la melena de Sansón, la traición de Judas y otros tantos episodios históricos y mitológicos con los que se pretendió comparar conspiraciones, venganzas y trampas de todo tipo, especialmente en la política y los negocios.
Muchas veces la metáfora se individualiza en personajes que son piezas claves o secundarias del plan. En el caso de la Operación Valquiria contra la fiscal de la Nación, el primero en caer fue su asesor principal, Jaime Villanueva, quien estaba en una clínica —escena familiar en los casos de corrupción—, adonde había llegado alegando una dolencia lumbar. Horas antes ya había sido despedido del Ministerio Público.
Según el equipo especial, Villanueva y otros dos funcionarios del Ministerio Público integrarían una organización criminal que habría “instrumentalizado” la “persecución penal para beneficio propio”, con el objetivo de influir “ilícitamente en decisiones de congresistas” para la remoción de los titulares de la Junta Nacional de Justicia (JNJ), la designación del actual defensor del pueblo, Josué Gutiérrez y la inhabilitación de Zoraida Ávalos como fiscal de la Nación.
La JNJ ha tenido recientemente un serio conflicto con el Congreso y la designación del defensor del Pueblo fue muy cuestionada, es cierto, pero la fiscal Zoraida Ávalos también es criticada por sus cercanías con Pedro Castillo y Martín Vizcarra. Es cierto que denunció a Castillo, pero intentó cerrar con llave el proceso hasta que el entonces presidente termine su mandato. Además, los congresistas denominados “niños” pareciera que jugaban para los dos bandos rivales.
Se trata, entonces, de un enredo donde es difícil determinar quiénes son los buenos de la película y quienes los malos. O quiénes son los menos malos. Ese es el gran dilema de los peruanos, conformarse con presidentes o funcionarios limitados en capacidad y decencia. El mal menor, le dicen. Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.