
Odebrecht empezó a operar en el Perú en el año 1979 con la construcción de la central hidroeléctrica Charcani V en Arequipa. La telaraña de la corrupción de la empresa constructora brasileña en nuestro país se empezó a investigar en el 2015 en el Congreso, pero las bancadas miraron para otro lado e ignoraron a la comisión que presidió Juan Pari porque sus líderes estaban comprometidos. En el Perú, recién se inició la investigación a nivel judicial en el 2016, pero solo porque el caso más grande de corrupción en el continente fue destapado en Estados Unidos. Sin embargo, han pasado cerca de ocho años y no hay ningún sentenciado.
Es por eso que el premier Gustavo Adrianzén afirma que siente “como si nos hubiésemos encallecido respecto a la corrupción, como si la hubiéramos normalizado”. Es cierto, pues ahora se destapa un caso de corrupción y parece que fuera normal. Y más bien pareciera que fuese anormal si no hubiera corrupción. Definitivamente, hemos degradado nuestra tabla de valores. Lo que antes era malo, ahora parece regular; mientras que lo que era regular, ahora pasa como bueno. Este fenómeno no solo se da en la política, sino también en el arte, la cultura y otros tópicos. Pero ese es otro rollo del que algún día nos ocuparemos.
El asunto es que, como la corrupción se ha “normalizado”, también pareciera que los jueces y fiscales también lo creen así, por lo que los procesos de corrupción, como el de Odebrecht, marchan a paso de tortuga, con procesos interminables, con acusaciones engorrosas, con diligencias que parecen protocolos.
El Congreso también parece haber caído en esa normalización, pues graves denuncias contra parlamentarios son pasadas por agua tibia y siempre se procura no pasar de una amonestación, incluso en casos claros de tráfico de influencia, apropiación ilícita y corrupción en general.
Un claro ejemplo es el de los congresistas que se apropiaban de parte de los sueldos de sus empleados, a los que amenazaban con botar del trabajo si no aceptaban. Les dicen “mochasueldos”, cuando en realidad les deberían llamar “robasueldos”, como se les calificó en los tiempos del excongresista Michael Urtecho, quien —por cierto— terminó en prisión con su esposa por el mismo delito.
También tenemos el caso de los “niños”, llamados así porque eran muy obedientes con el expresidente Pedro Castillo. Varios están también involucrados en el escándalo del Ministerio Público. ¿Ustedes creen que alguno de los “mochasueldos” o “niños” acabará en la cárcel? Sinceramente, lo dudamos. Pero aún están a tiempo de reivindicarse. De lo contrario, la historia los juzgará. Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.