Opinión

Más allá de la vida y de la muerte

Por: Ángel Delgado Silva

Quisiera, de veras, que el deceso del genocida Abimael Guzmán clausurara definitivamente la cruel experiencia que sufrió el Perú en las postrimerías del siglo XX. Que la insania desatada, que causa dolor por las víctimas masacradas y la destrucción masiva del patrimonio nacional, fueran solo historia. Período trágico, crisis civilizatoria, violencia política y descomposición social, que siempre deberán recordarse, para extraer lecciones futuras. Pero únicamente eso.

No queremos avinagrar legitimas esperanzas ciudadanas. Menos encender pasiones exageradas. Pero sí advertir lo inconveniente de profesar un optimismo ingenuo, poco riguroso con la realidad. Hemos perdido el derecho a equivocarnos, a bajar la guardia o relajar la vigilancia, luego de tanto horror y pesar.

Hagamos memoria. En octubre de 1993, al año siguiente de la captura de Guzmán y la cúpula terrorista, el gobierno de Fujimori a través de Montesinos, permitió su aparición televisiva para anunciar un “acuerdo de paz”, que incluía la desmovilización de las bandas armadas. Según el cabecilla del terror, la “revolución peruana” ingresaba a un recodo donde el asalto al poder ya no estaba a la orden del día, En esta fase de “defensiva estratégica”, el quehacer político, al interior de la “democracia burguesa,” sería lo prioritario. Esta decisión de una encarcelada Comisión Política, quiebra a Sendero Luminoso entre quienes aceptan la nueva orientación y los rebeldes que insisten en proseguir la línea militarista.

La opinión pública se concentró en los últimos, que refugiados en el VRAEM devinieron en apéndice del narcotráfico, sobreviviendo sí, pero sin pretensiones de crecer políticamente. En cambio, a los otros, los llamados “acuerdistas” se les perdió de vista. Sin embargo, el 2009 crearon el Movadef para la amnistía de su jefe, cuyo momento culminante fue la pretensión de inscribirse en el Registro de Partidos Políticos del JNE, el año 2011, pero sin fortuna.

A pesar de las detenciones de sus voceros, siguieron trabajando con ahínco y mucho sigilo, para aparecer dirigiendo la huelga magisterial de casi tres meses, del 2017, que jaqueo al Gobierno de entonces. Cuatro años después, su líder Pedro Castillo alcanza la Presidencia de la República y sus principales cuadros son parlamentarios, ministros y altos funcionarios del Estado, ante el estupor general. ¿Será qué lo que no logró la “guerra popular”, se está consiguiendo por el uso de los canales electorales?

Y tengan la seguridad de que para los impulsores de esta estrategia en marcha, la desaparición de Guzmán no les quitará el sueño. Encarcelado, viejo y enfermo era un trasto. No ayudaba mucho. Pero gracias a esa idealización que conlleva la muerte, puede convertirse en ícono, mártir y profeta, sin máculas, para ser elevado a los altares de este neo-senderismo en expansión.

(*) Constitucionalista

(*) La empresa no se responsabiliza por los artículos firmados.

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