Opinión

Los enormes dientes de la corrupción

Por: Martín Valdivia Rodríguez

Para Marco Tulio Cicerón, el político, filósofo y orador romano que combatió la dictadura de César, la obligación de un intelectual es decir la verdad, alegar por lo justo y defender los valores universales sin preocuparse por las consecuencias de sus propósitos y de sus actos. Y por sus ideas y su conducta intachable, Cicerón fue apresado, ejecutado y decapitado. “Mi conciencia tiene para mí más peso que la opinión de todo el mundo”, decía filósofo, quien vivió entre los años 106 a.C. y 43 a.C.

Sócrates, considerado “padre de la ética”, decía que “el mayor bien del ser humano no consiste en atender a las cosas que le pertenecen, a las que posee, sino más bien a lo que es él mismo”. Sócrates, maestro de Platón, quien tuvo a su vez a Aristóteles como discípulo, vivió entre los años 470 a.C. y 399 a.C. A Sócrates, al igual que a Cicerón, también lo mataron luego de acusarlo de “pervertir a los jóvenes y alejarlos de los dioses” con sus ideas.

Han pasado más de 2 mil años desde que Cicerón defendió la ética como principio fundamental del desarrollo de las sociedades y la felicidad del ser humano. Y luego de más de 2,500 años, desde que Sócrates empezó a hablar de los valores morales, para nuestros políticos, los de hoy y los de antes —salvo honrosas y pocas excepciones—, esas palabras no valen nada.

Hay muchas cosas que se mezclan en la política. Lo ideal es que esta sea una amalgama que aglutine eficiencia, sagacidad y honradez. La primera es producto de los conocimientos y la experiencia; la segunda, una habilidad innata, y la tercera, parte de los valores morales obtenidos por herencia cultural y toma de conciencia. Pero esa alquimia de elementos también puede combinar ingenuidad, incapacidad e inmoralidad.

Hace un par de años, cerca del final de su mandato, el entonces presidente guatemalteco Jimmy Morales fue acusado de ejercer un gobierno “torpe e ignorante”. Estos adjetivos pueden ser empleados para calificar a varios regímenes de la región, pero últimamente esa incapacidad e ineptitud es utilizada por ciertos gobernantes, sus cómplices y adeptos, para disimular acciones deshonrosas que, por lo visto, están en todas las instancias del Estado, ese enorme aparato roído por los enormes dientes de la corrupción. Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.

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