
A propósito del 12 de octubre, fecha del llamado encuentro de dos mundos, la primera ministra denostó de la conmemoración, señalando que solamente trajo “explotación, genocidio y miseria”. Obviamente, Mirtha Vásquez Chuquilín adhiere a esa corriente política-intelectual denominada leyenda negra que descalifica sin más el Descubrimiento y la Conquista del continente americano. Es su legítimo derecho hacerlo, pese a las burdas falacias conducentes a una simplificación infantil e inaceptable sobre acontecimientos dotados de un inmenso y complejo calado histórico, que cambiaron el mundo. No buscamos discutir ni cuestionar sus posturas. En todo caso, debieran remitirse al terreno académico y al debate científico. Pero sí cabe preocuparse por las consecuencias político-prácticas de tan arbitraria y equivocada visión del pasado nacional.
La tergiversación de la historia para fines políticos ha sido un lugar común y en todos los tiempos. Desde las ansias frenéticas de los imperios de la antigüedad que glorificaban su pasado milenario para justificar el sojuzgamiento a otros pueblos, hasta la recreación de la vieja Germania de Arminio, el vencedor de los romanos en Teutoburgo, fuente de inspiración para las alucinaciones agresivas de Hitler. Por lo tanto, tenemos un genuino sobresalto porque estas declaraciones por twitter –que seguramente pasaron inadvertidas– coinciden plenamente con el discurso de Castillo, el 28 de julio, cuando asumió el mando supremo de la República.
En aquella oportunidad el Jefe de Estado afirmó que todos nuestros males se originaron por la llegada de los españoles y que la República independiente prolongó la tragedia peruana. Más importante que la afrenta al Rey Felipe VI, que la prensa destacó en primer plano, está la concepción que congela la historia en un Incario, tan idealizado como inexistente, para postularse como el redentor que, tras siglos de abandono y dolor, nos vuelva a esa época idílica. En un santiamén ha liquidado el proceso formativo de la Nación peruana. Nada valioso se gestó a partir del contacto con la modernidad occidental. Ni nada heroico que rescatar cuando nuestros ancestros decidieron emanciparse y forjar su destino en libertad.
Ante este panorama desolador, compartido por el presidente y la premier, únicamente cabe desecharlo por la acción revolucionaria de los vencidos del ayer, que ambos suponen encarnar. Si ello implica el uso de la violencia, como lo hiciera Sendero en los años 80 de la anterior centuria, o la cancelación de la democracia, como la dictadura velasquista, ¡qué pena! son los costos de esa reivindicación secular. En lo inmediato, la lucha contra la Constitución histórica del Perú republicano. Y sentar las bases para otra sociedad y un nuevo orden político, como lo hizo Cuba y lo viene haciendo Venezuela y otros países de la región.
(*) Constitucionalista
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