Opinión

La hora de los cínicos

Por: Hugo Guerra Arteaga

A falta de partidos consolidados, la política peruana se está sobrepoblando con tribus de ideologías difusas y representantes muchas veces impresentables. Los últimos en lanzarse al ruedo son los cínicos.

No se confundan con los “cojudignos”, aquellos que Sofocleto bautizó en plena dictadura militar como una especie de amariconados críticos incapaces de frenar las tropelías de Velasco. En un estupendo artículo publicado en el portal La Abeja, Uri Landman actualiza la definición señalando que son “personas que padecen cojudez y dignidad selectiva”.

Claro, a lo largo de doscientos años de República, el Perú ha estado plagado de bichos dados a la fanfarria, pero poco abocados al desarrollo democrático. En el período emancipador, por ejemplo, abundaron personajes que reclamaban por la independencia, pero complotaban por la instauración de una monarquía asociada al imperio español. Había “neogodos” e incásicos (querían un rey inca).

Luego, acostumbrados al gobierno férreo de la Metrópoli, los coroneles y otros personajillos se organizaron en torno a “caudillos”, señorones que retenían el poder para llenar sus faltriqueras con el tesoro público. Por supuesto sería larguísimo indicar a cada uno de los 130 sujetos que han ocupado palacio de gobierno, pero recuérdese que en torno a esa élite se reprodujeron sobones, áulicos, cortesanos y palaciegos, cual sanguijuelas del Estado.

Precisamente la construcción oficial del Estado ha sido obra farragosa, llena de burócratas ignorantes y, como se decía hacia 1980, “comechados”. Rarísimos fueron los auténticos servidores públicos y excesivos los caciques empoderados en sus sellos interminables.

En tiempos aurorales del Apra los “compañeros” y su fuerza de choque, los “búfalos”, fueron una organización transversal en el Perú. Las izquierdas marxistas comenzaron a operar en el Perú desde fines del siglo XIX y, de Mariátegui en adelante, se reprodujeron como cucarachas de diversa inspiración, desde los socialistas moderados hasta los camaradas: unos moscovitas y otros pro chinos, pasando por los asesinos de Sendero Luminoso y del MRTA.

La centro derecha -porque en el Perú nunca ha existido una sólida derecha ideológica- los acciopopulistas tuvieron mística con Fernando Belaunde y se llamaron “correligionarios”. Su guardia la constituyeron “los coyotes”. Los socialcristianos optaron por llamarse “amigos” y sus guardaespaldas eran “los chitos”.

Con el fujimorismo el espectro político perdió gran parte de su precaria identidad y hacia el final aparecieron “los cívicos”, intelectualoides complacientes con los “socialconfusos” y el “caviaraje” marxistoide.

El caviar como potaje es una exquisitez, como corriente política un bodrio y ya se le ha dedicado mucha tinta. Pero hoy vemos cómo muchos de estos mutan de “cojudignos” y terminan patéticamente en cínicos. Para abreviar el divertimento baste citar a la emblemática Susel Paredes para quien Castillo: “Puede ser delincuente, pero no incapaz moralmente…”.

Cínico es quien “miente con descaro y defiende o practica de forma descarada, impúdica y deshonesta algo que merece general desaprobación”. Los cínicos saben que el presidente está metido hasta el sombrero en actos delictivos, y que el camino constitucional es la vacancia. Pero se niegan a admitirlo por “dignidad” y porque prefieren “la narrativa” de un golpe de la inexistente Derecha Bruta y Achorada.

En fin, no faltará algún mocosito que me endilgue vía Twitter, y con cuenta falsa, que soy un “Boomer” (nacido en la década de 1950) y “viejo lesbiano”; pero ya habrá oportunidad para recordar que la nueva generación todavía come gracias a nuestro trabajo y la victoria sobre el terrorismo.

(*) Analista político

(*) La empresa no se responsabiliza por los artículos firmados.

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