¡Todo indica que el 2025 será el año de la perplejidad! Los acontecimientos por ocurrir trazarán las líneas cardinales del próximo escenario internacional. Desde que Donald Trump ascendió a la presidencia de EE.UU., se vienen produciendo cosas alucinantes en un lapso vertiginoso. Pero, quizá lo más sorprendente sea la reanudación del viejo debate acerca de la eventualidad de la Tercera Guerra Mundial. Esta aprensión de los tiempos de la Guerra Fría, que generó las peores pesadillas, está adquiriendo hoy un cariz absolutamente inusitado.
Bastó la disposición de la administración norteamericana de poner fin al conflicto ruso-ucraniano –luego de tres años sin victoria, pero con una grave crisis en Occidente– para encender las reacciones más insólitas. Los gobiernos europeos, los aliados de EE.UU. en el apoyo a Ucrania, han adoptado una postura belicista pretextando que en los primeros contactos con Putin no se los toma en cuenta. Aprovechan la irresponsabilidad de un Zelenski devaluado, que pretende seguir la guerra. Una pose que no tiene nada de valiente y sí mucho de histrionismo.
¿Por qué la escena contemporánea divide a las potencias occidentales? ¿Dónde quedó el sólido consenso tras la caída del Muro de Berlín, heraldo de un mundo unipolar? ¿Qué fue de la ideología globalista y neoliberal, el “pensamiento único” en su momento? Evidentemente, desde la gran crisis del 2008 este universo dominante se ha hundido, acelerado por el ascenso de China, la pandemia, las guerras en el Oriente Próximo y en la propia Europa.
Ante esta declinación ostensible, la administración Trump, pragmática en esencia, abandona las posturas globalistas carentes de destino y gira hacia el realismo político. Reconoce, entonces, el peso objetivo de los estados nacionales, cuyos intereses siguen siendo determinantes, a pesar del universalismo idealista, hegemónico desde finales del siglo XX. Y prefiere entenderse con estos poderes, en lugar de colisionar con ellos en aras de un utópico “orden internacional uniforme”, bajo las ideas “woke” e instaurar un “gobierno mundial”.
Trump, aunque no nos guste, intuye que la única manera de asegurar la paz internacional será renunciando a la temeraria idea de humillar a Rusia. Ya no es la temida URSS, pero sigue siendo una gran potencia, como lo demuestra su desempeño en Ucrania, contra todo Occidente. Más bien, será mejor que vuelva al concierto mundial para equilibrar el tablero, frente a una China emergente. En otras palabras, es la apuesta por un mundo tripolar: EE.UU., Rusia y China.
Entretanto, los globalistas de la UE, imbuidos del belicoso espíritu de 1914, van a destinar 800 mil millones de euros para el rearme nuclear y plantar cara a Rusia. Es decir, proseguir el camino que conduciría a la III Conflagración Mundial.
(*) Abogado constitucionalista.
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