Opinión

Elecciones congresales e incertidumbre general

Por: Ángel Delgado Silva

Aunque el gobierno se proclame victorioso –hace poco la señora presidenta anunció el final de la crisis y la vuelta a la normalidad– la tozuda realidad jaquea semejante optimismo.

Porque sobrevivir a la tormenta dista mucho de controlar la situación política y social, de veras. Durante el régimen de Boluarte sin Castillo (luego de año y medio de Castillo con Boluarte), la inestabilidad y la polarización siguen siendo los factores dominantes. No se han disipado; apenas dormitan.

Y al instante pueden entrar en ebullición, desatando una nueva tempestad. Lo que sí cambia es el foco generador de desasosiegos; esos que molestan al ciudadano. Ciertamente el Gobierno ha perdido el monopolio de yerros y torpezas.

Hoy el Parlamento Nacional compite con frenesí, en esta estúpida carrera. A partir del 7 de diciembre del año pasado –cuando un triunfal Congreso vaca a Castillo– se produce una involución política sorprendente. En lugar de asegurar una salida democrática al impasse político, primó la tentación de permanecer aferrado al poder, dejando las cosas insolutas. Así, aúna su destino a la suerte de Boluarte; poniéndose ambos de espaldas al país.

Esta opción –a la postre nefasta– acarrea dificultades cada vez más graves. La próxima elección de la Directiva del Congreso es la más ostensible. En efecto, una densa incógnita obnubila el resultado, provocando inquietud y temor.

Hace dos años había predictibilidad, gracias a un bloque democrático firme y compacto. De hecho, los tres sufragios habidos en dicho lapso configuraron Mesas capaces de frenar los arrestos del castillismo, en el poder. Hoy tal certeza se ha desvanecido.

Es cosa de un pasado que, aunque reciente, ha sido brusco en el giro de tornas de la política nacional. ¿Será tan aterradora esta eventualidad? ¿Asomará otra vez el izquierdismo amenazante? Muchos lo creen y cunde el pánico. Nosotros no dudamos que sea una mala noticia; más obedece a la quiebra de la confluencia democrática. Por eso, la pérdida de la mayoría en el Congreso, quizá no sea lo peor. Más bien sería el costo para arribar con ansias locas a julio del 2026. Y si ello ha implicado unir fuerzas con el Gobierno, una conducción conjunta y multipartidaria respondería a esa lógica de convivencia.

¡Si pues, ahora los parlamentarios, antes en pugna, se ven bonitos, virtuosos y aceptables!

No habrá escrúpulos en compartir el poder congresal. Más el reto de verdad estará fuera de los Palacios, legislativo y gubernamental.

En las narices del neo-oficialismo y sin advertirlo, se incuban los viejos desafíos y los que vendrán durante el periplo accidentado y traicionero, de 30 meses eternos. Si esta empresa sucumbiera –como parece– la democracia peruana estará de vuelta en juego.

(*) Analista político

* La Dirección periodística no se responsabiliza por los artículos firmados

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