
La historia ha ido construyendo los cimientos del parlamento como un órgano político, dotado de las características de unidad representativa, autonomía, colegialidad, pluralidad deliberativa y funcional. En nuestro país, hasta hace algunas décadas, fue lugar de encuentro para la expresión de intereses colectivos que, armonizados, exponían la idea de defensa y promoción del interés general.
En la realidad presente, más allá de un número importante y valioso de congresistas que dan batalla cotidiana para salvar al parlamento del cada vez más creciente descrédito, gracias a “bancadas” orgánicamente adheridas a quioscos políticos, en donde el bandidaje personal o la componenda con el lado oscuro enquistado en la Nación, han hecho terreno de ocupación y pillaje. El recinto de la representación nacional está hoy bajo el dominio de una troupe que diariamente nos ofrece espectáculos copiados del “circo perejil”.
Ese sector del Parlamento promueve el debate en donde se rinde pleitesía al lugar común como dogma del necio. Desde allí se asume la tarea de no dudar de nada o dudar de todo. En el colmo de la desfachatez, los soldados del ateísmo y la amoralidad serían capaces de acudir a las Sagradas Escrituras para justificar sus contrabandos políticos. En verdad, rinden discreto homenaje a un personaje como Descartes, con aquello de “pienso… luego me descarto”.
Con frecuencia encontramos actos de malabarismo verbal, al decir algo que no se piensa o no se cree.
La situación se agrava por los cambios que se han producido en las sociedades. Los medios de comunicación han desplazado al parlamento como epicentro del tratamiento de los asuntos públicos. Desde los sets de televisión, las cabinas de radio, las redacciones de la prensa escrita y hasta desde el gutural engendro de las redes sociales se discute e impone la agenda parlamentaria.
Ni qué decir de la labor legislativa, otrora en manos exclusivas del parlamento; hoy sepultado por la voracidad normativa del Poder Ejecutivo, los gobiernos regionales, los gobiernos locales, los órganos constitucionales autónomos y la jurisprudencia del Tribunal Constitucional.
El Parlamento se ha perdido en el laberinto de las leyes que declaran de interés nacional el reconocimiento del olluco o el camu camu como expresiones de aporte nacional. Lo demás es la congestión de iniciativas normativas al servicio de intereses no visibles o de carácter populista.
Ahora último, el Parlamento también viene perdiendo la batalla de la relevancia, al abdicar a su papel de órgano de control político, para racionalizar la actividad del poder y evitar los abusos, la incompetencia, la corrupción. Se ha decidido por la condescendencia con las conductas que, desde el gobierno, se encuentran reñidas con la Constitución o el sentimiento ciudadano.
En acto de rendición, ha decidido convalidar con su inacción, la impericia, la ineptitud y la putridez. La interpelación y la censura son institutos que ya forman parte del museo de la historia parlamentaria.
Estamos ya embarcados en un nuevo viaje electoral, que esperamos recoja lo mejor de este Parlamento y permita el ingreso de nuevos con pericia técnica, experiencia política o entusiasmo vivificante para sacar al parlamento del pozo séptico en que ha caído.
A la manera de Antonio Machado, espero que al final de esta nueva travesía electoral pueda decir: “Ojalá que al olmo viejo (el parlamento) hundido en la tierra y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo, ojalá… que hojas verdes le hayan salido.”
(*) Expresidente del Tribunal Constitucional.
* La Dirección periodística no se responsabiliza por los artículos firmados