Opinión

El Ojo que llora y el pueblo que implora

Por: Antero Flores-Araoz

Como es bien sabido, en el Campo de Marte, del distrito de Jesús María, se encuentra el monumento conocido generalmente como “El ojo que llora”, que recuerda a los caídos en la época del terrorismo, en una mezcla aborrecible, por decir lo menos, pues juntan a los terroristas que cayeron abatidos por las fuerzas del orden, así como también a quienes fueron víctimas del terrorismo fratricida que tanto dolor, sangre y destrucción causó en nuestra patria.

Poner en el mismo lugar piedritas con el nombre esculpido de ciertos personajes que perecieron como consecuencia del terrorismo y, de ambos bandos, es decir desde los criminales homicidas hasta quienes en cumplimiento del deber los combatieron, con ello no se contribuirá a la reconciliación. Simplemente manan y más manan como se afirma en nuestra serranía.

Los deudos de quienes fueron muertos o gravemente heridos en las acciones terroristas, se indignan y, con toda razón, al haberse confundido en una misma área del Campo de Marte, a quienes fueron víctimas con sus victimarios, en la absurda tesis de que con ello se facilitaría la reconciliación. Pues no, de ningún modo, el Perú y los peruanos de buena fe y de comportamiento adecuado, no aceptan el menjunje que se ha hecho en el “Ojo que llora” y con toda razón desde años atrás reclaman por dicha situación e, incluso imploran, para que el recuerdo a quienes perdieron la vida por actos terroristas, pase a algún otro lugar, pero que no estén juntos víctimas con sus victimarios.

Se podrían imaginar por ejemplo que en el mismo lugar se recuerde al juez Ernesto Giusti Acuña o a los militares Juan Valer y Raúl Jiménez, compartiendo el mismo espacio que sus asesinos Néstor Cerpa Cartolini, y sus secuaces. Por supuesto imposible, al igual que sería imposible que ahora que dejó de existir luego de larga enfermedad, el almirante Luis Giampietri Rojas, pueda estar cercano a quienes lo tuvieron secuestrado durante 126 días en la residencia del Embajador del Japón, hasta que la operación Chavín de Huántar, comandada por otro héroe, que felizmente nos sigue acompañando, José Williams Zapata, tuviese el éxito deseado, debiéndose reconocer las agallas del entonces presidente Alberto Fujimori, para tomar la grave decisión de recuperar a los 72 rehenes.

Como dice el antiguo refrán, “no se debe juntar papas con camotes”, por lo que insistimos en que no tiene sentido que quienes fueron asesinados por los terroristas, sus nombres estén en el mismo lugar que el nombre de sus asesinos.

Los deudos de las víctimas del terrorismo reclaman con razón por esa incomprensible mixtura en el “Ojo que llora”, a lo que se han sumado millones de peruanos y diversas organizaciones exigiendo que se guarde la memoria de nuestros héroes y mártires de estas últimas décadas de violencia en otro lugar, erigiéndoles el monumento que aún les adeuda nuestra Nación.

Tenemos y debemos ser agradecidos, con quienes, exponiendo sus propias vidas e integridad, sucumbieron combatiendo al terrorismo.

(*) Expresidente del Consejo de Ministros

* La Dirección periodística no se responsabiliza por los artículos firmados

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