Opinión

El genocidio de cristianos en Nigeria y el silencio global

Por: Luciano Revoredo

En Nigeria, un genocidio silenciado se cobra vidas cristianas desde 2009. Grupos yihadistas como Boko Haram, ISWAP y milicias radicalizadas han asesinado a más de 60,000 cristianos, incendiado 20,000 iglesias y escuelas, y desplazado a 15 millones de personas, en su mayoría cristianas. En el año 2023 se calcula que 1,450 cristianos fueron asesinados; en 2024, la cifra alcanzó a 3,100, el 69% de los asesinatos por motivos religiosos a nivel mundial, según la organización internacional cristiana Puertas Abiertas.

Los ataques, con decapitaciones, violaciones y conversiones forzadas, son sistemáticos. En el estado de Borno, aldeas cristianas son arrasadas; en el Cinturón Medio, pastores fulani armados destruyen comunidades agrícolas cristianas, dejando sangre y desolación.

El gobierno nigeriano, lejos de proteger, parece cómplice. Las fuerzas de seguridad, infiltradas por ideologías islamistas, ignoran los ataques o arrestan a cristianos que se defienden. El obispo Matthew Hassan Kukah ha denunciado al gobierno como “Boko Haram sin bombas” por su inacción. Los líderes oficiales minimizan la violencia como “disputas por la tierra”, negando su carácter religioso, una narrativa que los medios occidentales adoptan, ignorando los lemas yihadistas y la selección deliberada de víctimas cristianas. Esta negación perpetúa la impunidad y deshumaniza a las víctimas.

Las instituciones internacionales son igualmente culpables por su indiferencia. La ONU, la Unión Africana, la Unión Europea y organizaciones como Amnistía Internacional guardan silencio. El sesgo ideológico, que evita señalar al islamismo radical, y los intereses económicos, con Nigeria como potencia petrolera, priman sobre los derechos humanos. Los yihadistas, conscientes de esta apatía, actúan con impunidad, sabiendo que sus crímenes en África no generan la indignación reservada para ataques en Occidente. Mientras Europa se preocupa por otras amenazas, el peligro yihadista en el Sahel, que eventualmente llegará al Viejo Continente, es ignorado.

La Iglesia Católica, sorprendentemente, también ha sido tibia. Aunque líderes como Kukah y el arzobispo Ignacio Kaigama denuncian la violencia, el Vaticano mantiene una neutralidad desconcertante. Los llamamientos en su momento del Papa Francisco por la paz fueron genéricos, sin condenar con fuerza el genocidio selectivo. Esta cautela, posiblemente para evitar tensiones interreligiosas, se percibió como una traición para muchos nigerianos. La Iglesia, que debería defender a sus mártires, parece priorizar el diálogo interreligioso sobre la justicia. El mundo católico espera una mayor certeza y claridad al respecto por parte del recientemente elegido Papa León XIV.

Este genocidio no es solo una tragedia africana, sino un fracaso moral a nivel global. Los medios occidentales, cuando cubren el tema, evitan términos como “genocidio” o “yihadismo” para no incomodar. Las organizaciones de derechos humanos, rápidas para condenar otros conflictos, son reacias a señalar la persecución religiosa cuando las víctimas son cristianas. La comunidad internacional, que presume de defender la libertad religiosa, no ha tomado medidas concretas, como sanciones o apoyo militar para proteger a las comunidades vulnerables.

El silencio es cómplice. Cada iglesia quemada, cada cristiano asesinado, cada familia desplazada es un recordatorio de la indiferencia global. Si no se actúa, Nigeria perderá a su comunidad cristiana y se convertirá en un polvorín que desestabilizará África y más allá. Es hora de romper el silencio y exigir justicia para los mártires de Nigeria. La sangre de los inocentes clama por acción.

(*) Analista político.

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