Opinión

Calles limpias de delincuentes

Por: Martín Valdivia Rodríguez

Así como la forma de expresarse y también el buen vestir, la limpieza es una carta de presentación. Como lo hicieron los hinchas japoneses en los últimos mundiales, los aficionados peruanos que viajaron a Ciudad del Este para el partido ante Paraguay también limpiaron las tribunas del estadio y no dejaron ni una envoltura de caramelo tirada en el piso. Estamos mejorando y ojalá ese ejemplo repercuta en los hábitos de los peruanos. Y no sólo en el cuidado físico, sino también en la cuestión moral y la conducta en general en el hogar, el trabajo o el centro de estudios. Y, por qué no en nuestra política, donde abunda lo sucio y lo turbio.

Más allá de estar aseado o tener la casa reluciente para que otros piensen bien de uno, la limpieza es una satisfacción personal, propia, que denota también pureza en otros aspectos de la vida, como los referidos a la moral. Los japoneses entienden que la limpieza integral del hogar invita a alcanzar la serenidad, y elimina cualquier tipo de atadura o cachivache molesto. Este es el objetivo final del Oosouji, una antigua disciplina japonesa que propone desprenderse del pasado para mirar el futuro y que entiende la limpieza como un componente sanador y espiritual.

Hay dos formas de tener las calles limpias, por la fuerza de la ley o como consecuencia de un hábito social que viene de la tradición. Como lo hacen en Singapur, donde tirar la basura es un delito sancionable. O como en Canadá, Noruega o Dinamarca, donde ensuciar las calles es una falta de respeto que nadie se atreve a cometer.

Sin ir muy lejos, Chile es uno de los países del continente donde las calles son muy limpias. En Santiago organizan concursos para premiar a los vecinos que tienen sus calles más limpias y de esa manera se fomenta este hábito que puede ayudar, incluso, a contribuir en la solución de otros problemas. Así es, según John Morton, experto ambiental del Banco Mundial, un espacio con desorden y basura es percibido como carente de control y autoridad.

De tal manera que, si un barrio tolera el desorden, ya sea tirar basura o calles sucias, podría producir un ambiente más propicio al crimen. Por eso una corriente psicológica sostiene que el desorden puede servir como señal a los criminales de que los delitos no serán ni denunciados ni controlados, es decir, que nadie está a cargo.

Por ello, buscar estrategias de seguridad ciudadana debe ir más allá de poner más policías en las calles o aumentar las penas. También se debe pensar en el aspecto psicológico, social y cultural. ¿Habrán tenido en cuenta este detalle en el “plan Boluarte”? Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.

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